La frágil calma que se respira en Gaza es tan palpable como la devastación que la guerra ha dejado a su paso. Unos 200.000 palestinos han iniciado un doloroso regreso al norte de la franja, un viaje en el que el alivio por el cese de los bombardeos se estrella contra las ruinas y el polvo que esconde sus hogares, ya devastados, reducidos a escombros. Este retorno masivo se produce mientras el ejército israelí inicia un repliegue táctico, un paso atrás en el campo de batalla que no equivale, como advierten muchos analistas, a un paso firme hacia la paz.
Este movimiento de tropas es la materialización del acuerdo impulsado por Estados Unidos, Catar y Turquía, que este lunes entra en su primera fase: el intercambio de rehenes por prisioneros. Según lo anunciado, Hamás liberará a 48 rehenes israelíes, de ellos, se confirma que solo unos 20 siguen con vida, mientras que el destino de otros dos permanece incierto y 26 cuerpos serán devueltos. A cambio, Israel pondrá en libertad a cerca de 2.000 prisioneros palestinos. La lista, ya hecha pública por el gobierno israelí, incluye a 250 presos con condenas largas, aunque en un giro de última hora, Israel ha accedido a liberar a 11 miembros de Hamás en lugar de afiliados a Fatah, una concesión significativa, pero que no incluye a todos los hombres solicitados por Hamás.
El acuerdo de tregua se firmará el próximo lunes en Egipto y congregará a una inusual alianza de líderes. El presidente estadounidense, Donald Trump, cuyo viaje a la región incluye una parada en Israel, encabezará el acto junto al presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y representantes de países árabes y europeos. Este evento busca no solo rubricar el canje, sino también coordinar la asistencia internacional para la reconstrucción de Gaza y establecer mecanismos de monitoreo. Sin embargo, la ayuda humanitaria, con 6.000 camiones de la UNRWA esperando en la frontera, aún no ha comenzado a fluir hacia el enclave asolado, a pesar de estar estipulado en el acuerdo.
A pesar de las «garantías internacionales» que, según el líder de Hamás, Jalil al-Hayya, ha dado Trump a su grupo para garantizarles el fin de la guerra, la sombra de un regreso a la violencia es alargada. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ha lanzado una advertencia nada sutil: si Hamás no se desarma «por las buenas», Israel lo hará «por las malas». Esta retórica beligerante revela la naturaleza precaria de la tregua. Para Israel, esta pausa podría ser una operación estratégica para recuperar rehenes; para Hamás, una oportunidad para liberar a prisioneros clave y reagruparse.
Sin embargo, lo que viene a partir del lunes es un panorama incierto. El plan de Trump establece una retirada israelí progresiva y prohíbe la anexión de Gaza, pero Israel mantendrá el control del 58% del territorio en esta primera fase. Mientras, la comunidad internacional se moviliza. Estados Unidos desplegará 200 efectivos en una fuerza multinacional para garantizar la estabilidad, un contingente que se sumará a tropas de Egipto, Catar y Turquía.
Las imágenes que llegan desde Gaza, evidencian que el regreso de los gazatíes a sus ruinas es el mejor resumen de esta tregua: un respiro cargado de dolor y la tangible evidencia de que, aunque las bombas y los disparos callen, la guerra sigue latente. El camino hacia una paz duradera está plagado de obstáculos, desde la reconstrucción material de un territorio arrasado hasta la reconciliación de dos narrativas en conflicto. El lunes se firmará sólo una hoja de ruta para intentar alcanzar la paz, en un escenario de discursos tan frágil como el papel y en un proceso donde cada paso podría quebrar el techo de vidrio donde reposa la amenaza con su mirada siempre fija sobre la Franja de Gaza.
11/10/2025
María Angélica Carvajal