En la capital del Medio Oeste, donde los rascacielos reflejan un país dividido, la ciudad se ha convertido en escenario del más reciente enfrentamiento entre el presidente Donald Trump y las autoridades locales. El debate ya no es meramente político: se trata de la posibilidad de declarar el estado de emergencia para imponer la política migratoria federal en una urbe que se niega a ceder.
Durante el fin de semana, la administración Trump intensificó su ofensiva contra Illinois y su gobernador, el demócrata JB Pritzker, tras intentar desplegar unidades de la Guardia Nacional con el objetivo declarado de “garantizar la seguridad de los agentes federales”. Las autoridades locales denunciaron la medida como un intento de militarizar la ciudad y acudieron a los tribunales para frenar el operativo. Una jueza federal deberá pronunciarse el jueves, en medio de una tensión que crece hora a hora.
La sombra del “Insurrection Act”
Desde la Casa Blanca, Trump volvió a desempolvar una de las leyes más antiguas del sistema estadounidense: el “Insurrection Act”, que autoriza al presidente a usar las fuerzas armadas en territorio nacional. El asunto encendió alarmas por lo inédito y por las implicaciones democráticas de semejante movimiento. “Si los tribunales o los gobernadores nos impiden actuar, lo haré de todos modos”, declaró el mandatario, visiblemente desafiante.
Para el gobernador Pritzker, la amenaza encaja en una estrategia de manual: “provocar caos, infundir miedo, fabricar una crisis donde no la hay”. En su versión, la Casa Blanca estaría buscando justificar una intervención federal en una ciudad gobernada por demócratas. Chicago, insistió, “no vive ninguna insurrección”.
Un país que se mira en el espejo
Mientras las pancartas colocadas por colectivos de derechos humanos ofrecen consejos sobre qué hacer en caso de detención, la discusión nacional continúa su curso en tono de campaña. Trump acusa a los dirigentes demócratas de “proteger a criminales” y llegó a reclamar cárcel para el alcalde Brandon Johnson y el gobernador Pritzker. Sus adversarios, por su parte, ven en su discurso un intento desesperado de galvanizar a su base electoral mediante el miedo.
Chicago, una ciudad forjada por inmigrantes y cicatrices industriales, vuelve a estar en el ojo de la tormenta. Y, como tantas veces en su historia, las voces más audibles no son las que gritan desde los púlpitos del poder, sino las que susurran entre los ladrillos de sus barrios: el orgullo de pertenecer, el miedo a perderlo todo y la esperanza —siempre obstinada— de que esta vez el ruido político no borre del todo la humanidad que aún resiste en sus calles vacías.
09/10/2025