El acuerdo de paz firmado recientemente en Gaza ha sido presentado como un momento histórico, un “renacer de Oriente Próximo”, en palabras del presidente estadounidense Donald Trump. Sin embargo, detrás de la retórica triunfalista, el pacto parece responder más a una estrategia de proyección política que a un verdadero compromiso de resolución del conflicto.
Durante más de una hora, el líder republicano dedicó su intervención en la Knéset, el Parlamento israelí, a elogiar al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y, sobre todo, a sí mismo, configurando un relato donde la diplomacia se confunde con autopromoción.
El acto de firma, celebrado ante una veintena de países, careció de un elemento esencial: la presencia de Hamás, parte directamente implicada y afectada por la guerra. El acuerdo, calificado oficialmente como “paz”, es en realidad una tregua escalonada, sin garantías concretas sobre la reconstrucción ni mecanismos definidos para la retirada israelí. Según los términos revelados por la Casa Blanca, Israel mantendrá el control del 58% de la Franja de Gaza en una retirada progresiva hacia una “línea amarilla” propuesta por Estados Unidos, que rodea el enclave por tres costados.
Trump insistió ante la Knéset en que “Israel ha ganado la guerra y ahora toca pasar página”. No obstante, los hechos contradicen esa afirmación. Apenas un día después de la firma, el 14 de octubre, el ejército israelí mató a seis personas en el norte de Gaza, acusadas de ser “sospechosos” cerca de la frontera. Los enfrentamientos y las amenazas mutuas demuestran que la guerra no ha terminado, sino que se ha transformado en una pausa instrumental.
El profesor Nicolás Boeglin, profesor de Derecho Público Internacional de la Universidad de Costa Rica, advierte que este acuerdo responde más a una lógica mediática que diplomática: “El actual ocupante de la Casa Blanca parece dispuesto a seguir siendo el centro del espectáculo independientemente del tema internacional que se trate, con el fin de añadir, en este caso Gaza, a la lista de conflictos internacionales que supuestamente ha «resuelto». Para él, no importa la forma; lo esencial es ser el centro del espectáculo mediático internacional”, explica Boeglin en su blog profesional.
En esa línea, Boeglin considera que el “Plan de Paz” promovido por Washington y Tel Aviv “no lo es”, sino una operación de imagen destinada a recuperar la deteriorada reputación internacional de Israel y a reforzar la figura de Trump en un contexto electoral interno.
La escena política israelí, por su parte, refleja un contraste visible. En un acto en Tel Aviv, el enviado especial de Trump, Steve Witkoff, fue recibido por cientos de miles de personas que aplaudieron cada mención al expresidente estadounidense, pero abuchearon de forma reiterada a Netanyahu. Muchos de los congregados, familiares de rehenes israelíes, lo consideran responsable de los fallos de seguridad del 7 de octubre de 2023 y de haber prolongado la guerra para mantenerse en el poder.
En la Knéset, los aplausos se alternaron con silencios. Trump exaltó “el coraje de Bibi” al aceptar el plan de paz diseñado por la Casa Blanca, mientras Netanyahu justificaba su ofensiva militar, que ha dejado más de 67.000 muertos en Gaza, según el Ministerio de Salud de Gaza, bajo el argumento de que “la presión militar” facilitó la liberación de los rehenes. Mas, aún faltan 24 cuerpos de rehenes israelíes por ser entregados por Hamás, lo que ha reavivado las críticas dentro de Israel.
El primer ministro comparó este nuevo pacto con los Acuerdos de Abraham, afirmando que “los enemigos de Israel ahora entienden su poder”. Pero la segunda fase del acuerdo, la que prevé el desarme de Hamás y la desmilitarización de Gaza, carece de calendario, supervisión y garantías. Hamás, de hecho, ha declarado públicamente que no acepta esa cláusula, lo que pone en duda la continuidad del proceso.
Durante la firma oficial, Netanyahu propuso que Trump sea el primer extranjero en recibir el Premio Israel, describiendo el acuerdo como “milagroso”. Trump, por su parte, aseguró que “la pesadilla ha terminado” y enumeró sus acciones en Irán, Siria y el Líbano, presentándose como un líder que trae paz “a través de la fuerza”. Pero Gaza sigue en ruinas, sus habitantes atrapados entre promesas diplomáticas y realidades devastadas.
De esta manera, tal y como concluye el académico Boeglin, “la historia humana demuestra que no se resuelve un problema político ignorando su existencia. Y que no puede haber paz mientras no haya justicia”. Las imágenes de destrucción y la fragilidad del acuerdo confirman esa advertencia; ya que lo firmado frente a una veintena de líderes internacionales y una cobertura mediática mundial, no es el final de la guerra, sino el comienzo de una tregua incierta que, una vez más, parece servir más a los líderes que la han sostenido por dos años, que a las víctimas.
14/10/2025
María Angélica Carvajal