El eco de los pasillos de la Cuarta Comisión de las Naciones Unidas en Nueva York ha dejado esta semana una certeza: la diplomacia marroquí está consolidando con éxito su narrativa sobre el Sáhara. En una sesión de alto voltaje estratégico, un coro de juristas, políticos y analistas internacionales de diversos continentes cerró filas en torno a la soberanía de Rabat y su plan de autonomía, presentándolo no ya como una opción, sino como la única salida viable a un conflicto enquistado durante medio siglo.
El argumento central, repetido como un mantra por figuras como la jurista peruana Martha Chávez Cossío o el periodista español Javier Fernández Arribas, se apoya en una cifra contundente: 124 países respaldan ya la hoja de ruta marroquí. Este dato no es solo una estadística, sino la piedra angular de lo que los ponentes no dudaron en calificar de «consenso mundial» y un «impulso sin precedentes» bajo el liderazgo del Rey Mohammed VI.
La ofensiva no se queda en el plano declarativo. Se ha materializado sobre el terreno con la apertura de una treintena de consulados en las ciudades de El Aaiún y Dajla, un movimiento que se interpreta en los círculos diplomáticos como el reconocimiento fáctico y sin ambages de la soberanía marroquí. Grandes potencias como Estados Unidos, España, Alemania o Francia, se apuntó, han pivotado de forma decisiva hacia esta tesis, otorgando un peso geopolítico formidable a la iniciativa presentada por el Reino en 2007.
Pero el discurso va más allá de la geopolítica. Los intervinientes se esforzaron en presentar el plan de autonomía como un «proyecto humano», una «mano tendida» que nace del diálogo con la población local para garantizar la estabilidad y el desarrollo. La propuesta, según defendieron, permitiría a los saharauis gestionar sus propios asuntos bajo soberanía marroquí, una fórmula que se enmarca en las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU.
En este tablero, el Frente Polisario y su principal valedor, Argelia, fueron los grandes señalados. Las intervenciones fueron directas, acusando a Argel de «mantener artificialmente» el conflicto y de utilizar al Polisario como un peón en su agenda hegemónica regional. Se argumentó con dureza que el movimiento separatista «no tiene territorio, ni población, ni gobierno», y que sobrevive únicamente gracias a un soporte externo que, según el diagnóstico presentado en la ONU, pone en riesgo la estabilidad de toda la franja sahelo-sahariana.
El veredicto de los ponentes fue unánime: el proceso hacia el reconocimiento de la marroquinidad del Sáhara es «irreversible e imparable». Más allá de un mero recuento de apoyos, lo que se escenificó en Nueva York fue la consolidación de una estrategia que busca aislar por completo las tesis separatistas, presentándolas como un anacronismo histórico frente a una solución pragmática que, día a día, gana la partida en el gran juego de la diplomacia global.
10/10/2025