Durante las dos últimas semanas, el sistema eléctrico español ha mostrado un inquietante vaivén. Lo que en principio parecían simples “oscilaciones técnicas” se ha convertido en motivo de alarma nacional, después de que la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) confirmara variaciones anómalas en la tensión eléctrica. Los expertos temen que el país esté repitiendo el preludio de la catástrofe del 28 de abril: una caída generalizada que dejó sin luz a millones de hogares y paralizó trenes, hospitales y redes de comunicación.
Aquel suceso, el peor en Europa en dos décadas, fue provocado por una cadena de “sobretensiones en cascada”, según un informe reciente de técnicos europeos. La expresión puede sonar abstracta, pero su efecto fue brutal: una sobrecarga en ciertos puntos del sistema provocó fallos en serie que acabaron arrastrando a toda la red. El informe confirma las conclusiones presentadas en junio por el Gobierno español, que ya señalaba el papel crítico de esas descargas masivas que nadie logró contener a tiempo.
Una sobretensión —ese enemigo invisible de los ingenieros— ocurre cuando una corriente excesiva atraviesa los cables, obligando a transformadores y equipos de control a trabajar por encima de su capacidad. Las causas son múltiples: desde un exceso de generación puntual hasta una descarga eléctrica producida por una tormenta, o un simple error de calibración en los mecanismos de protección. En sistemas eléctricos tan interconectados como el actual, basta un pequeño desequilibrio para encender la chispa de un apagón general.
Según la CNMC, Red Eléctrica de España (REE) ha registrado en los últimos días «variaciones súbitas de tensión» similares a las detectadas antes de la gran caída de abril. La agencia reguladora exige ahora una auditoría técnica completa que determine si se trata de incidencias locales o de un problema estructural, quizás derivado de la creciente complejidad del modelo energético español.
Y es que la crisis de abril no solo cortó la corriente; también reavivó un debate político y tecnológico que España no termina de resolver: su dependencia de las energías renovables —variables e intermitentes— y la desconexión paulatina de las centrales nucleares, tradicionalmente el pilar más estable del sistema. El país se mueve hacia una matriz más verde, sí, pero la pregunta que resuena en los pasillos del sector es si la red está preparada para absorber los sobresaltos de esa transición.
Por ahora, las luces siguen encendidas. Pero tras cada parpadeo aparece el recuerdo de aquella noche de primavera en la que media península volvió a descubrir lo frágil que puede ser un interruptor.
09/10/2025