El mundo amaneció este 9 de octubre con un estruendo que no provenía de Gaza, sino de la red social Truth Social. Con su característico estilo grandilocuente, el presidente Donald Trump proclamó lo que durante dos años de conflicto parecía una quimera: un acuerdo entre Israel y Hamás. «Estoy muy orgulloso de anunciar que Israel y Hamás han firmado la primera fase de nuestro plan de paz», sentenció Trump, capitalizando un éxito diplomático que podría redefinir su presidencia y el mapa geopolítico de Oriente Medio.
Más que un simple comunicado, el anuncio fue una declaración de victoria personal. «Esto significa que TODOS los rehenes serán liberados muy pronto», escribió en mayúsculas, prometiendo una retirada de las tropas israelíes y el inicio de una «paz fuerte, durable y eterna». Es el lenguaje de Trump, donde no hay matices, solo triunfos históricos.
El acuerdo, mediado por Catar, Egipto y Turquía, representa una bocanada de aire en una región asfixiada por la violencia. Sin embargo, el análisis de las reacciones de los actores principales revela las profundas grietas sobre las que se construye esta frágil tregua.
Jerusalén y Gaza: Dos lecturas de un mismo texto
En Jerusalén, la reacción fue contenida, casi quirúrgica. El primer ministro Benjamín Netanyahu emitió un comunicado escueto, centrado en un único objetivo que consume a la sociedad israelí: el regreso de los secuestrados. «Con la ayuda de Dios, los traeremos a todos a casa», declaró. Ni una palabra sobre el fin de la guerra ni sobre concesiones a largo plazo. Su silencio es elocuente y refleja la inmensa presión interna: por un lado, la obligación de recuperar a los rehenes; por otro, el rechazo de su base más dura a cualquier acuerdo que no suponga la aniquilación total de Hamás.
La lectura desde Gaza es diametralmente opuesta. Hamás no habla de una «primera fase», sino de «un acuerdo que prevé el fin de la guerra». Esta diferencia semántica es un abismo. Para el movimiento islamista, esto no es una pausa, sino un punto final. Su comunicado, además, contiene una advertencia velada: insta a Trump a «obligar» a Israel a cumplir su parte. Saben que la palabra de su enemigo es volátil y ven en el ego del presidente estadounidense su única garantía. Una fuente interna del movimiento filtró los detalles más espinosos: la liberación de los rehenes vivos a cambio de cerca de 2.000 prisioneros palestinos, un precio político altísimo para cualquier gobierno israelí.
La coreografía diplomática y el factor rubio
Este acuerdo no es fruto del azar, sino de una intensa coreografía diplomática llevada a cabo en El Cairo. Pero fue en Washington donde se orquestó el acto final. Una fotografía, captada casi por accidente en la Casa Blanca, desvela la trastienda del anuncio. En ella se ve al Secretario de Estado, Marco Rubio, entregando una nota manuscrita a Trump. El mensaje es una lección de política en la era de las redes sociales: «Estamos ‘muy cerca’. Necesitamos su autorización para un mensaje en Truth Social pronto, para que usted pueda anunciar el acuerdo primero».
El detalle no es menor. Revela que la prioridad no era solo alcanzar la paz, sino controlar la narrativa. Trump debía ser el protagonista, el «pacificador», una imagen que busca proyectar tanto al electorado estadounidense como al escenario global. Su más que probable viaje a Egipto este fin de semana no será solo para supervisar el acuerdo, sino para celebrar su victoria en un baño de multitudes y flashes.
Un horizonte lleno de interrogantes
Mientras el secretario general de la ONU, António Guterres, pide a las partes que respeten «plenamente» lo pactado, la pregunta que resuena en todas las cancillerías es: ¿resistirá este acuerdo?
Es solo una primera fase. Quedan por resolver las cuestiones de fondo que han alimentado décadas de conflicto: el desarme de Hamás, la reconstrucción de una Gaza devastada, la administración de la Franja y, sobre todo, la ausencia de un horizonte político para los palestinos.
Donald Trump ha conseguido una foto, un titular, un momento histórico. Ha forzado a dos enemigos irreconciliables a sentarse, negociar y ceder. Pero la paz en Oriente Medio nunca se ha cimentado sobre anuncios grandilocuentes, sino sobre la difícil y a menudo ingrata tarea de construir confianza donde solo hay ruinas y resentimiento. Hoy, una frágil esperanza se abre paso. Mañana, la realidad pondrá a prueba si este pacto es el inicio de una nueva era o tan solo un breve interludio en una guerra eterna.
09/10/2025