El documento que Antonio Guterres ha remitido al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sobre la situación en el Sáhara no es un informe más: es una alarma. Un recordatorio de que, a las puertas del 2026, existen todavía poblaciones atrapadas en un limbo humanitario y político que se prolonga desde hace casi medio siglo.
El secretario general de la ONU advierte que los campamentos controlados por el Frente Polisario, en la región argelina de Tinduf, se encuentran inmersos en una crisis humanitaria grave, casi olvidada por la atención internacional. Según datos recientes, más del 30 % de los niños sufren retraso en el crecimiento y más del 13 % padecen desnutrición aguda. Son cifras que, traducidas a vidas reales, significan generaciones enteras marcadas por la fragilidad y la dependencia de la ayuda exterior.
El coste invisible de un exilio permanente
El informe describe un panorama que va más allá de la emergencia alimentaria. La anemia, por ejemplo, afecta a dos tercios de los menores de cinco años y a más del 68 % de las mujeres en edad fértil: un indicador devastador que confirma la erosión de las condiciones básicas de salud. Mientras tanto, el Programa Mundial de Alimentos advierte que los recursos disponibles ya no bastan. La inflación, la irregularidad de los suministros y la disminución de la financiación provocan que las familias reciban raciones insuficientes, obligándolas a estrategias de supervivencia precarias.
Guterres, veterano diplomático acostumbrado a los eufemismos, opta en esta ocasión por el lenguaje de la urgencia: el deterioro de Tinduf amenaza con transformarse en una crisis prolongada —una de las más extensas y desatendidas del planeta— si no se desbloquea el proceso político paralizado desde hace años.
Entre el muro y el bloqueo
En el terreno militar, los datos tampoco invitan al optimismo. Entre septiembre de 2024 y agosto de 2025, Marruecos reportó más de 140 incidentes armados en la franja adyacente al muro de defensa, especialmente en la zona de Mahbes. La misión de Naciones Unidas (MINURSO) continúa sus patrullajes, aunque bajo restricciones cada vez mayores impuestas por el Polisario. Desde 2020, las misiones aéreas con helicópteros al este del muro están prohibidas, limitando gravemente la supervisión independiente sobre el terreno.
El aislamiento también es político: los canales de comunicación entre la MINURSO y la dirigencia militar del Polisario se reducen a simples intercambios escritos, sin posibilidad de contacto directo. Mientras tanto, Marruecos informa haber despejado casi 130 millones de metros cuadrados de minas y restos explosivos, una de las pocas áreas en las que se registran avances tangibles.
El llamado a romper el estancamiento
En su informe, Guterres no esconde su frustración: las relaciones entre Argelia y Marruecos siguen congeladas, y con ellas todo intento de diálogo real. El secretario general pide restaurar el alto el fuego, proteger a los efectivos de la misión de la ONU y reimpulsar las negociaciones políticas. Lo hace con el tono de quien sabe que la indiferencia internacional puede ser tan peligrosa como el conflicto mismo.
El drama de Tinduf, que comenzó como una solución provisional, se ha convertido en un símbolo de la parálisis diplomática global. Hijos nacidos y criados en los campamentos viven sin haber visto jamás la tierra por la que se lucha en su nombre. El riesgo no es solo humanitario: es político y moral.
Después de décadas de informes, misiones y resoluciones, el mensaje del secretario general resuena con una mezcla de urgencia y desencanto. Naciones Unidas lleva años proponiendo marcos de diálogo, pero ninguno prospera si las partes siguen apostando por la estrategia del desgaste.
Y así, entre el silencio de la arena y la fatiga de los mediadores, persiste una verdad incómoda: en Tinduf, la espera es el enemigo más viejo.
08/10/2025