El presidente francés Emmanuel Macron se encuentra en una de las coyunturas más delicadas de su mandato. La crisis abierta por la inminente caída de su primer ministro, François Bayrou, ha puesto en evidencia no solo la fragilidad de la mayoría presidencial, sino también la falta de consenso político que amenaza con paralizar al Ejecutivo. La moción de confianza prevista para el próximo 8 de septiembre parece encaminada al fracaso: toda la oposición ya ha anunciado su voto en contra, lo que obligará a Bayrou a dimitir de inmediato.
Según los medios franceses, la oposición, liderada por Marine Le Pen, no ha tardado en capitalizar la debilidad del gobierno. La dirigente del Rassemblement National (RN) exige la convocatoria “ultrarrápida” de elecciones legislativas anticipadas, convencida de que su partido está en condiciones de alcanzar una mayoría absoluta. A su lado, Jordan Bardella refuerza el discurso de que solo una nueva Asamblea puede elaborar unos presupuestos legítimos. Para la extrema derecha, el ajuste de 44.000 millones de euros que impulsa Bayrou no solo es ineficaz, sino también profundamente injusto.
El presidente, sin embargo, intenta resistir. Macron ha multiplicado las reuniones con los líderes de los partidos de su coalición, llamando a la “responsabilidad” y a la “estabilidad”. Pero el margen de maniobra se estrecha: la izquierda radical y el RN exigen su dimisión, mientras que incluso sectores de la derecha tradicional rechazan cualquier colaboración duradera. En este clima, el jefe del Estado aparece cada vez más aislado, atrapado entre el desgaste de Bayrou y la presión de una oposición que huele sangre.
Esta situación ha despertado críticas incluso en las filas de antiguos aliados. El expresidente Nicolas Sarkozy calificó en Le Figaro la iniciativa de Bayrou de someterse a una moción de confianza como “una forma de suicidio político”. Para Sarkozy, lo razonable habría sido negociar primero un compromiso presupuestario y luego validarlo con un voto en la Asamblea. Ante lo cual ha expresado que la única salida posible será la disolución y la convocatoria de elecciones legislativas anticipadas, un escenario que Macron rechaza abiertamente.
La fractura política que vive Francia amenaza la estabilidad inmediata del gobierno y abre espacio para preguntarse si será posible que el Macron siga gobernando con un bloque central desarticulado. Pues, si bien el presidente ha descartado tanto su dimisión como la disolución, la presión aumenta cada día. En apenas nueve meses, Francia podría enfrentarse a la caída de un segundo gobierno, una señal inequívoca de la debilidad institucional en la que se encuentra el país.
En este contexto, Macron tiene ante sí dos opciones arriesgadas: forzar la continuidad de su proyecto con un nuevo primer ministro que, al parecer, tampoco contaría con un respaldo sólido; o convocar a elecciones, lo que podría consagrar a la extrema derecha como fuerza dominante en la Asamblea. En ambos casos, su liderazgo saldría erosionado y las circunstancias insinúan que el Presidente francés se ha quedado sin aliados claros y se acerca a una pérdida de control político de su país.
02/09/2025