Mohamed BAHIA
En la penumbra dorada de Yeda, donde el desierto se encuentra con el mar y las rutas del petróleo dibujan líneas de poder, Estados Unidos y Ucrania firmaron este martes un acuerdo que huele a tinta fresca y a urgencia diplomática. Una tregua de 30 días, la reanudación de la ayuda militar estadounidense y la promesa de negociar un tratado sobre minerales estratégicos ucranianos: tres actos en un guion donde la paz se escribe entre asteriscos. Pero en este escenario, dirigido por un Donald Trump en busca de legado y un Volodímir Zelenski desgastado por la guerra, la verdadera pregunta es si lo pactado es un preludio de estabilidad o solo un interludio antes de la próxima tormenta.
La tregua: ¿Armisticio o estrategia de campaña?
Los 30 días de alto al fuego propuestos por Washington —aceptados por Kiev pero aún no por Moscú— son un experimento geopolítico con fecha de caducidad. No es la primera vez que Occidente intenta congelar este conflicto: desde Minsk hasta Estambul, las treguas han sido meros respiros entre ofensivas. Pero esta vez, el reloj corre diferente. Trump, en plena campaña electoral, necesita exhibir una victoria diplomática que contraste con su imagen de líder disruptivo. Zelenski, por su parte, enfrenta una fatiga bélica interna y la presión de aliados que dudan de su capacidad para sostener una guerra prolongada.
El comunicado conjunto habla de “medidas de confianza”: intercambio de prisioneros, repatriación de niños desplazados y un “silencio en el cielo y el mar”. Son gestos humanitarios necesarios, pero insuficientes para desactivar la raíz del conflicto: la anexión rusa de territorios y la seguridad futura de Ucrania. Como bien señaló Andriy Yermak, jefe de la oficina presidencial ucraniana: “Rusia debe decir claramente si quiere la paz”. Una exigencia que resuena a déjà vu: ¿no fue Moscú quien, en 2014, firmó los Protocolos de Minsk para luego ignorarlos?
La ayuda militar: Moneda de cambio en año electoral
La decisión de Washington de reanudar “inmediatamente” el flujo de armas e inteligencia a Kiev tras una pausa de semanas no es altruismo: es realpolitik con sello Trump. La ayuda, suspendida abruptamente en marzo, fue restablecida no por convicción, sino como parte de un trueque. A cambio, Ucrania no solo aceptó la tregua, sino que avaló un futuro acuerdo para explotar sus “recursos minerales vitales” —un eufemismo que esconde litio, tierras raras y otros elementos clave para la transición energética occidental—.
Aquí yace la paradoja: mientras Europa aplaude la tregua (Macron, Meloni y Von der Leyen repiten como un mantra que “la pelota está en el campo ruso”), Estados Unidos negocia en paralelo un tratado que podría convertir a Ucrania en un proveedor estratégico de minerales, redefiniendo su economía bajo la sombra de Washington. ¿Solidaridad o neocolonialismo posmoderno? La línea es delgada, y Kiev, urgida de sobrevivir, parece dispuesta a pagar el precio.
Europa: Coro griego en un drama ajeno
Mientras Trump y Zelenski protagonizan esta obra, Europa asume el papel de espectador incómodo. La cumbre militar convocada por Macron en París —con 34 países presentes pero sin Estados Unidos— buscó esbozar “garantías de seguridad creíbles” para Ucrania. Sin embargo, sin el respaldo explícito de la OTAN y con Washington acercándose a Moscú (Trump prometió hablar con Putin “en días”), el proyecto suena a wishful thinking. La UE, dividida entre halcones y pacifistas, navega sin brújula en un mar donde Washington marca la corriente.
El ataque a Moscú: ¿Gesto de fuerza o acto de desesperación?
Horas antes de las negociaciones, Ucrania lanzó su mayor ofensiva en territorio ruso desde el inicio de la guerra, un ataque simbólico que dejó un muerto y decenas de heridos en la capital. Este movimiento, leído como una advertencia a Moscú, también expone la vulnerabilidad de Kiev: sin capacidad para ganar en el campo de batalla, recurre a gestos mediáticos para negociar desde una posición menos frágil. Pero en el juego de percepciones, ¿no arriesga Kiev su imagen de víctima ante una comunidad internacional cada vez más escéptica?
Conclusión: La paz como mercancía
Yeda será recordada no como el lugar donde empezó la paz, sino donde se evidenció que la guerra en Ucrania es, ante todo, un negocio con múltiples accionistas. La tregua es un respiro, pero también una cortina de humo: detrás, se perfilan contratos mineros, realineamientos geopolíticos y una Europa reducida a comparsa.
Mientras Trump prepara su llamada a Putin y Zelenski agradece “el apoyo” estadounidense en X (antes Twitter), la pregunta persiste: ¿puede una paz duradera brotar de un acuerdo donde los intereses económicos pesan más que las vidas? Como escribió el filósofo ucraniano Volodymyr Yermolenko: “En la guerra, la primera víctima es la verdad; en la paz, suele ser la justicia”. Hoy, en Yeda, ambas siguen desaparecidas.
12/03/2025