Desde que Donald Trump dejó la Casa Blanca, su retórica sobre Oriente Medio ha oscilado entre la nostalgia de sus políticas pro-Israel y nuevas propuestas que bordean lo delirante. Su reciente sugerencia de convertir Gaza en la “Riviera del Oriente Medio” tras la expulsión de su población palestina ha generado un debate global. No es solo una provocación electoral o una ocurrencia de magnate inmobiliario: se trata de una idea que, de implementarse, consolidaría una reconfiguración radical de la región, alineada con la visión más extrema de la derecha israelí.
La propuesta de Trump plantea interrogantes fundamentales. ¿Es realmente factible una Gaza sin palestinos? ¿Qué implicaciones tendría en el equilibrio de poder regional? ¿Se trata de una estrategia de presión, o es una declaración de intenciones de una futura administración republicana? Para comprender la gravedad de esta declaración, hay que analizar el contexto histórico, los actores involucrados y las posibles consecuencias de un proyecto que, bajo la apariencia de desarrollo, encubre una estrategia de ocupación.
Gaza: Entre el bloqueo y el despojo
Gaza no es un terreno baldío esperando inversores. Es una de las regiones más densamente pobladas del mundo, con 2.4 millones de habitantes atrapados en un bloqueo que ha convertido a la Franja en un campo de concentración a cielo abierto. La propuesta de Trump, en esencia, implica la erradicación de esta población y la transformación de su territorio en un enclave de lujo.
La idea de desplazar a los palestinos de Gaza no es nueva. En 1948, cientos de miles de refugiados fueron empujados a la Franja tras la Nakba, cuando las fuerzas israelíes expulsaron a la población árabe de sus tierras. Desde entonces, Israel ha mantenido una política de presión constante para debilitar la resistencia palestina, ya sea a través de bombardeos, asedios o restricciones económicas. Lo que Trump plantea ahora es el último paso de este proceso: la desaparición total de Gaza como entidad palestina.
El término “Riviera” utilizado por Trump no es inocente. Evoca imágenes de hoteles de lujo, puertos deportivos y casinos, pero también implica una «limpieza» previa del terreno. Desde el punto de vista del derecho internacional, esta idea se enmarca en la definición de limpieza étnica. La Convención de Ginebra prohíbe el desplazamiento forzado de poblaciones bajo ocupación, y el Estatuto de Roma lo clasifica como crimen de guerra. Sin embargo, bajo la lógica trumpista, Gaza no es una comunidad con derechos históricos, sino un activo inmobiliario infrautilizado que puede ser «revalorizado».
Un plan con respaldo ideológico y estratégico
Trump no es el único que ha fantaseado con una Gaza sin palestinos. Figuras clave del gobierno de Netanyahu, como Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir, han defendido abiertamente la “reubicación voluntaria” de los habitantes de Gaza en otros países árabes. Documentos filtrados del Ministerio de Inteligencia israelí han sugerido planes para forzar a la población gazatí a emigrar a Egipto y otros países. Lo que hace Trump es dar legitimidad a esta idea en el discurso político estadounidense, preparando el terreno para su aceptación en futuras negociaciones.
Su propuesta también resuena con los intereses de ciertos sectores económicos y geopolíticos. Una Gaza transformada en un enclave turístico bajo control israelí reforzaría la presencia de Tel Aviv en la región, alineándose con la estrategia del Acuerdo de Abraham para normalizar relaciones con países árabes sin concesiones a los palestinos. Además, eliminaría cualquier posibilidad de un Estado palestino viable, dejando a Cisjordania fragmentada y dependiente de Israel.
Desde la perspectiva de la derecha estadounidense, este plan también se presenta como una alternativa al costoso apoyo militar a Israel. En lugar de gastar miles de millones en mantener el asedio a Gaza, la solución sería su transformación en un espacio económicamente rentable. Sin embargo, este cálculo ignora la reacción del mundo árabe, que vería este escenario como una agresión directa, con el riesgo de desestabilizar gobiernos aliados de EE.UU. como Egipto y Jordania.
El riesgo de un nuevo conflicto regional
Si la historia reciente de Gaza ha demostrado algo, es que cualquier intento de eliminar su identidad palestina genera resistencia. La retirada israelí en 2005, seguida del ascenso de Hamás, mostró que la Franja no es un territorio fácilmente controlable. Incluso si se lograra un desplazamiento masivo de su población, es poco probable que un enclave turístico construido sobre el despojo y la destrucción pueda mantenerse estable.
Las reacciones internacionales han sido inmediatas. La ONU y la Unión Europea han condenado cualquier intento de desplazamiento forzado de palestinos. Países árabes como Egipto han advertido que no aceptarán refugiados forzados de Gaza, temiendo que ello sea el primer paso hacia una reconfiguración total del conflicto palestino-israelí. Incluso dentro de EE.UU., políticos como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez han calificado la propuesta de Trump como «genocida».
A nivel estratégico, la implementación de este plan podría detonar una nueva ola de violencia en la región. Grupos de resistencia en Líbano, Siria e incluso Irak podrían ver esto como una declaración de guerra abierta contra el pueblo palestino. Irán, que ya ha advertido sobre una posible escalada militar, podría utilizar este pretexto para fortalecer sus aliados en la región, aumentando el riesgo de un conflicto a gran escala.
Una ocupación disfrazada de inversión
La visión de Trump sobre Gaza no es solo una muestra de su pensamiento mercantilista, sino una declaración de intenciones de la extrema derecha israelí y sus aliados en EE.UU. Presentar la eliminación de una población como un proyecto inmobiliario no es solo cínico; es una amenaza directa a los principios del derecho internacional y a la estabilidad de Oriente Medio.
Más allá de su viabilidad, la propuesta de Trump es un experimento político: medir hasta qué punto el discurso de desplazamiento forzado puede ser aceptado dentro de la política estadounidense y global. En ese sentido, su impacto ya es tangible. Ha legitimado una narrativa que hasta hace poco era considerada inaceptable, y ha dado a sus aliados en Israel un nuevo marco para justificar acciones en el terreno.
El desafío para la comunidad internacional es claro: no basta con rechazar esta idea como una «ocurrencia» de Trump. Debe ser enfrentada con medidas concretas para evitar que la ocupación y el desplazamiento forzado se normalicen bajo la retórica del desarrollo económico. La historia de Gaza no es la de un resort esperando inversores, sino la de un pueblo que ha resistido décadas de colonización y opresión. Su destino no puede ser decidido en los pasillos de Washington o en los despachos de Tel Aviv, sino por su propia gente.
10/02/2025
Abdelhalim Elamraoui









