La noción de “tribu” ha formado parte de la estructura organizacional de todas las naciones del mundo, razón por la que, a día de hoy, seguimos sin concebir que exista un área geográfica habitada que carezca de un patrón tribal determinado.
Así pues, la institución tribal ha estado presente en la gestión de las diferentes comunidades y grupos desde el inicio de los tiempos, en función de la diversidad etnográfica de la región. En la actualidad, constituye una referencia de legitimidad constitucional, un ejecutor de soberanía y una fuente de fortalecimiento del poder en algunas entidades estatales modernas ubicadas en los denominados “países del tercer mundo”, especialmente en nuestras patrias africanas, con sus correspondientes etnias continentales (ricas en herencia, tradición e historia).
En esta línea, al igual que otras etnias del continente africano, las comunidades de los Bani Hassan y los Beidanes son tribus con formas de vida, viajes y características concretas; tribus nómadas por naturaleza, con orígenes diferentes, pero muy similares en su vestimenta, alimentación y dialecto. Al respecto, sabemos que todo el territorio que abarca desde el este del oeste de Níger, pasando por Azawad, Tamanrasset y Tinduf hasta Saguia el-Hamra en el oeste; y desde el Río Senegal hacia el sur, pasando por el desierto de Tiris, ha sido su área de movimiento y la región donde se ubicaron durante muchos siglos. Nunca estuvieron sometidos al gobierno de un líder de su misma etnia, pues confiaban sus asuntos al sultán con más poder y autoridad para protegerlos de las incursiones de otros y del abuso de los más fuertes. Por esta razón, esta región estuvo hasta principios del siglo XIX, bajo el gobierno o la dependencia del sultán en los estados saadíes y, luego alawíes, disfrutando de cierto grado de independencia en la gestión de sus asuntos vitales. Este dirigente tribal era el líder al que se remitían los rivales; el juez encargado de resolver conflictos; y la autoridad que ordenaba la prohibición de derramamiento de sangre.
En este contexto, la tribu estuvo vinculada a la institución del Sultán durante siglos, de tal manera que había un interés mutuo. De hecho, a través de esta asociación, la tribu aseguraba al sultán un mayor poder para el estado y protección de las fronteras contra las ambiciones expansionistas. Del mismo modo, facilitaba el movimiento de bienes y comerciantes, así como la seguridad de las mercancías. Por su parte, el sultán era un líder religioso y espiritual, con la capacidad y autoridad suprema de proporcionar protección.
No obstante, todo esto cambió a principios del siglo XIX con la llegada de los comerciantes y exploradores ingleses, alemanes, franceses y españoles, que precedieron a la llegada de sus potencias imperiales al norte de África, desencadenando el comienzo de una etapa que cambiaría nuestra historia y nuestro destino.
Cabe puntualizar que entre las regiones a las que nos referimos, se encuentra la del Sáhara, donde las tribus han vivido con un estilo de vida nómada, basado en la integración, el mestizaje, etc. Sin lugar a dudas, esta comunidad ha desarrollado un modo de vida que las distingue de otros hablantes de hassaniya en el Sahel y el Sáhara.
Llegados a este punto, nos preguntamos ¿cuál es la situación y el futuro de las tribus del Sáhara en el marco del mapa de soluciones que se proponen para la región en disputa?
Durante siglos, la institución de la tribu saharaui ha mantenido las raíces, genealogías y la cohesión de su sociedad. A pesar de los conflictos y las luchas que la tradición oral recuerda y la memoria colectiva conserva entre algunas tribus saharauis, no se ha obstaculizado el estado de paz predominante, el respeto mutuo y las buenas costumbres entre las mismas. Es más, han consagrado en su patrimonio y su dimensión humanitaria valores como la tolerancia; el respeto a las palabras de los ancianos; la preservación de la dignidad de la mujer; la hospitalidad; y la búsqueda de la reconciliación.
Tras el paso de los años, con los cambios que afectaron a la comunidad global desde principios del siglo XX, junto con la transición del ser humano, que pasa de vivir bajo la protección de la tribu o del gobierno tribal, a estar sometido a un sistema de instituciones y al gobierno del estado, la sociedad saharaui seguía cerrada en sí misma, principalmente, durante el período de la colonización española. A este respecto, cabe indicar que, desde un principio, Madrid no obligó a los saharauis a integrarse en el estilo de vida español ni les hizo partícipes de su planteamiento para gobernar la región. Así pues, mantuvo esta línea de actuación hasta que apareció en la comunidad una nueva élite culta y educada en 1960, año en el que el dominio español en la región estaba bastante avanzado.
Sin embargo, la debilidad del Estado español en la década de 1970 afectó internamente a su poder y autoridad en la zona, y, por consecuencia, a su hegemonía sobre el territorio, por lo que se retiró a la luz de un acuerdo con el Reino de Marruecos. Este último pasó a administrar el Sáhara como parte de la completa integración territorial del país.
Cabe destacar que esta retirada, por parte de España, tuvo un impacto en el incipiente desarrollo político incompleto de la región del Sáhara, cuyo objetivo era la instauración de la ciudadanía institucional en lugar de la afiliación tribal dentro del ejercicio político. En esta situación, la posición del Reino fue algo divergente a la de los españoles, después de la Marcha Verde. Los líderes tribales saharauis mantenían y aún mantienen relaciones directas con las autoridades en el país, lo que les otorga una posición en la que se preserva su estatus, historia y simbolismo. Además, la institución tribal tiene un lugar destacado en el marco de las negociaciones de las Naciones Unidas para encontrar una solución definitiva y pacífica a la cuestión regional del Sáhara.
Cabe añadir que la noción de “tribu” de nuestra sociedad saharaui, en el tercer milenio, ha experimentado una transformación significativa, provocando que el individuo se debata entre la lealtad al proyecto de las instituciones constitucionales y el compromiso con la historia de su propia tribu. Esto se ha visto reflejado en la creciente ola de individualismo y en el estado de rebelión contra las tradiciones; sucede en medio de una tendencia global, que evoluciona desde la perspectiva de identidad étnica hacia la identidad nacional y, posteriormente, hacia la pragmática política y económica.
En este sentido, cualquier proyecto político que la región acepte nunca dejará a la tribu fuera de la ecuación, aunque sí estará sujeta a una fuerza que la supere y a una soberanía que la controle, así como a la rebelión de una nueva generación influenciada por los vientos del cambio – al igual que las generaciones anteriores estuvieron influenciadas por los «valores de modernización»-.
En el nuevo panorama, se presentan varias cuestiones: ¿la tribu como entidad moral está capacitada en la sociedad saharaui para hacer frente a esta situación?, y ¿cuál es el destino del individualismo en una sociedad «colectiva» cuando somos el centro del conflicto y el lugar donde se cruzan los intereses?
Por otra parte, es necesario tener en cuenta que la tribu preserva tanto su propia identidad como las ramificaciones que de ella se derivan. Además, mantiene su lugar en el tejido histórico, social y patrimonial de la sociedad saharaui hassani; esto es lo que la distingue con un carácter simbólico único. Con esto, al privilegiar la fuerza del contrato social sobre la tendencia tribal, podemos establecer un marco de referencia unificado para los saharauis, que tenga una legitimidad más sólida que la autoridad tribal, donde los derechos, los deberes y la supremacía de la ley prevalezcan sobre las costumbres, sin excluir la representación tribal en su función consultiva.
A continuación, avanzamos hacia una etapa de adopción de principios democráticos y meritocráticos, donde la combinación entre el uso de urnas electorales y los nombramientos directos basados en la competencia, a través de un modelo de gestión política que depende directamente de la institución real y una autonomía ampliada (caracterizada por la legitimidad), encuentra eco en la comunidad internacional por el seguimiento de la situación en la región, con la aspiración de cerrar el expediente de la disputa de manera pacífica.
El proyecto en cuestión establece un límite que no afecta la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara, y, al mismo tiempo, otorga al saharaui, como individuo, la libertad de determinar su propio destino dentro de una propuesta de gobierno autónomo ampliado, a través del cual se deciden los mecanismos para gestionar sus asuntos políticos, sociales y económicos. Asimismo, permite preservar el lugar de la institución tribal en el tejido político y social saharaui, con el fin de garantizar la paz y la libertad de la práctica política, valorando los elementos históricos y patrimoniales del pueblo autóctono, donde se encuentra incluida la dimensión del componente de la tribu.
Finalmente, con todo lo expuesto, me pregunto ¿estamos preparados, como saharauis, para pasar del poder tribal al poder institucional?
Bakkada Mohamed Fadel – Presidente del Centro de Estudios Políticos y Estratégicos del Movimiento Saharaui por la Paz.
15-02-2024