El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas acaba de consagrar un giro histórico en la resolución del conflicto del Sáhara. La aprobación, el viernes por la tarde, de una nueva resolución de apoyo a la Iniciativa de Autonomía del Reino de Marruecos no es un simple gesto procedimental; es el resultado visible de una lenta maduración diplomática y del reconocimiento internacional de una realidad: la solución marroquí se ha convertido en el marco más serio, creíble y pragmático para cerrar definitivamente un diferendo que lleva medio siglo alimentando tensiones en el norte de África.
La madurez de un consenso internacional
Resulta elocuente el tono empleado por los representantes de las principales potencias tras la votación. Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, habitualmente prudentes en sus declaraciones sobre el conflicto, expresaron esta vez una satisfacción inusitadamente clara: el texto —concebido bajo liderazgo estadounidense— ha reunido voluntades dispares en torno a una visión coherente de futuro, centrada en la estabilidad y el desarrollo regional.
Mike Waltz, representante norteamericano, habló sin ambages de un “voto histórico” y de la necesidad de aprovechar el “momento excepcional para alcanzar, por fin, la paz tan esperada en el Sáhara”. La administración estadounidense —bajo la presidencia de Donald Trump— reafirma así su compromiso activo con el arreglo definitivo, alentando a las partes a sentarse a la mesa “sobre la base del plan marroquí, único realista, justo y duradero”. En diplomacia, pocas veces un mensaje queda tan desprovisto de ambigüedades.
París y Londres: coincidencia en la visión de futuro
En paralelo, la intervención del embajador francés Jérôme Bonnafont confirmó la alineación estratégica entre Rabat y las principales capitales europeas. Francia no solo describió el texto como “equilibrado y representativo del trabajo abierto del Consejo”, sino que lo enmarcó abiertamente dentro de la soberanía marroquí: “El presente y el futuro del Sáhara se inscriben en la soberanía del Reino de Marruecos”, afirmó con una franqueza que marca un punto de inflexión en la retórica europea.
El Reino Unido, a través del embajador James Kariuki, completó este frente político con un mensaje de notable pragmatismo: “La iniciativa de autonomía, presentada por Marruecos en 2007, sigue siendo la base más creíble, realista y pragmática para llegar a una solución.” En otras palabras: ya no se trata de debatir la validez de la propuesta marroquí, sino de operacionalizarla dentro de un marco multilateral renovado.
Fin de ciclo: de la administración del statu quo al impulso resolutivo
El tono de las potencias refleja un cambio de paradigma dentro del Consejo de Seguridad: por primera vez, el órgano encargado de la paz mundial no se limita a gestionar un conflicto crónico, sino que asume una orientación política clara. Se pone fin al eterno aplazamiento de informes y mandatos temporales para abrir paso a una hoja de ruta concreta, sustentada en tres principios: realismo, consenso y responsabilidad compartida.
Esta madurez es, en gran medida, fruto de la diplomacia paciente y estructurada de Marruecos, que ha sabido combinar firmeza en los principios y flexibilidad en la negociación. El Reino ha logrado que el contexto internacional adopte su lectura: la autonomía es un mecanismo de reconciliación nacional dentro de la soberanía marroquí, no un modelo de partición ni de dependencia.
La ecuación marroquí: legitimidad y proyección internacional
Que Washington, París y Londres coincidan en la misma interpretación del problema sahariano indica que la posición marroquí trasciende el ámbito africano para situarse en la esfera del equilibrio global. En un mundo tensionado por conflictos identitarios y pulsiones separatistas, la propuesta de Rabat aparece ante los ojos de los diplomáticos como una fórmula de estabilidad exportable, un ejemplo de cómo un Estado puede integrar una diversidad histórica sin renunciar a su unidad soberana.
Además, el respaldo a la soberanía económica de Marruecos sobre el Sáhara —materializado en la intensificación de la inversión internacional— refuerza la irreversibilidad de los hechos sobre el terreno. Cada puerto modernizado, cada corredor logístico, cada proyecto energético en Dajla o El Aaiún es una expresión tangible de cómo la diplomacia y el desarrollo se entrelazan, sustituyendo la retórica de la disputa por la gramática del progreso.
¿Qué sigue? Del consenso al diálogo final
La resolución aprobada y las declaraciones que la acompañaron no cierran aún el expediente, pero lo enfocan definitivamente hacia su desenlace. El llamamiento unánime a renovar las negociaciones directas bajo la mediación de Staffan de Mistura sella un compromiso: el Consejo de Seguridad ha dado al enviado personal las herramientas, y ha delineado el punto de partida —la propuesta marroquí— como base de cualquier diálogo.
El desafío, ahora, reside en trasladar esta convergencia diplomática al terreno político, convocando a las partes con la responsabilidad que exige medio siglo de distancia histórica. Los Estados que participaron en la redacción del texto, conscientes de la oportunidad, instan a aprovechar el impulso actual: “La hora de terminar este conflicto ha llegado”, dijo el representante británico. Es difícil imaginar una afirmación más transparente.
Marruecos en 2025: diplomacia de resultados
En la práctica, el debate de 2025 marca el cierre de un ciclo y el inicio de otro. Atrás quedó la lógica de la provisionalidad. El Reino ha logrado insertar su visión en las coordenadas del derecho internacional y, sobre todo, del sentido común diplomático: autonomía bajo soberanía marroquí, negociación inclusiva y estabilidad regional.
El reconocimiento explícito de las potencias refleja que la marroquinidad del Sáhara ya no se discute en términos de principio, sino de implementación. Con inteligencia estratégica y constancia en el tiempo, Rabat ha transformado lo que durante décadas fue un diferendo bloqueado en una agenda de cooperación y desarrollo, respaldada ahora por la principal institución garante de la paz mundial.
La victoria silenciosa del realismo
La sesión del Consejo de Seguridad no fue triunfalismo ni espectáculo: fue la institucionalización de una evidencia política. El Sáhara entra en la etapa del realismo diplomático, respaldado por un consenso internacional que reconoce en la propuesta de autonomía una vía definitiva, pacífica y moderna.
Es, en suma, la victoria del método sobre el ruido, del hecho sobre la especulación, y del diálogo perseverante sobre la confrontación estéril. Marruecos, con su paciencia estratégica, ha demostrado que en la escena internacional los grandes avances se logran sin estridencias, pero con claridad de propósito. Y ese propósito hoy se resume en una frase: un Sáhara marroquí, autónomo y en paz, al servicio de un Magreb unido y de un orden regional estable.
Mohamed BAHIA
31/10/2025









