La pista del aeropuerto militar de Gimhae, en Corea del Sur, se convirtió este jueves en un escenario de alto voltaje geopolítico. Allí, en los márgenes del foro de cooperación económica Asia-Pacífico (APEC), Donald Trump y Xi Jinping protagonizaron la reunión bilateral más esperada del año. Dos horas de conversación, muchas sonrisas medidas y un objetivo común apenas insinuado: enfriar una guerra económica que lleva años condicionando el comercio mundial.
Según la Casa Blanca, el encuentro fue un “gran éxito”. Donald Trump, visiblemente complacido al abordar el Air Force One, anunció su intención de viajar a China en abril próximo “para continuar lo que hemos empezado hoy”. Calificó a Xi de “líder excepcional de un país poderoso”, una frase que sonó tanto a cortesía diplomática como a reconocimiento de la dependencia mutua.
En el centro de las negociaciones estuvieron temas sensibles: el comercio de tierras raras —minerales esenciales para la industria tecnológica—, los derechos aduaneros, los microchips y el tráfico de fentanyl, potente opiáceo que ha desatado una crisis sanitaria en Estados Unidos. Washington reducirá un 10 % los aranceles vinculados a ese sector, mientras que Pekín acordó proveer materias primas estratégicas durante un año, con posibilidad de prórroga. Los detalles, sin embargo, quedaron en un terreno deliberadamente ambiguo.
Xi Jinping había preparado el terreno con un mensaje de aparente conciliación: los intereses chinos, dijo, “no son incompatibles” con los estadounidenses. Trump reforzó el tono constructivo al anunciar compras chinas “inmediatas y masivas” de soja y otros productos agrícolas, una noticia celebrada por los productores del Medio Oeste que sufrieron años de represalias comerciales.
Más llamativo resultó el ámbito diplomático de la conversación. El presidente norteamericano aseguró que ambos países “trabajarán juntos” en la búsqueda de una salida al conflicto en Ucrania. No se habló de Taiwán —una omisión que evidencia la prudencia de ambos—, pero sí de la necesidad de una coordinación mínima ante la creciente presión internacional por estabilizar el orden global.
Aunque las cámaras captaron una cordialidad cuidadosamente escenificada, debajo del protocolo subsisten las tensiones estructurales: la competencia tecnológica, la pugna por los mercados de energía verde y la proyección de poder en Asia. Sin embargo, la foto de Trump y Xi charlando distendidos sobre la alfombra roja de Gimhae marca algo más que un gesto diplomático: es una pausa, quizás temporal, en una rivalidad que define la economía del siglo XXI.
Y mientras Washington y Pekín ensayan esta tregua comercial con aroma de pragmatismo, el resto del mundo observa expectante, consciente de que cada guiño o desacuerdo entre ambas capitales puede redibujar el mapa económico global en cuestión de semanas.
30/10/2025









