Desde las bulliciosas metrópolis hasta los centros de pensamiento más influyentes, la conversación global sobre las aspiraciones de la juventud suele girar en torno al dinamismo del sector privado: startups innovadoras, carreras internacionales, la velocidad vertiginosa del cambio tecnológico. Sin embargo, en Marruecos, una radiografía reciente revela una contracorriente fascinante, un paradigma que desafía las narrativas occidentales y que merece ser analizado con lupa.
La función pública, antaño percibida como un refugio conservador para aquellos que no encontraban su lugar en la ebullición del mercado privado, ha resurgido como el primer destino soñado para la élite de los jóvenes graduados marroquíes. Un estudio revelador del gabinete de consultoría Careers, basado en una encuesta a más de mil laureados de las universidades y grandes escuelas más prestigiosas del reino, confirma una tendencia que se gestaba silenciosamente: el Estado marroquí no solo atrae, sino que seduce y hace soñar.
La brújula de la estabilidad en un mundo incierto
La principal lección de esta investigación es contundente: la prioridad número uno para un significativo 38% de estos jóvenes no es el desafío intelectual o la carrera cosmopolita, sino la seguridad en el empleo. Una cifra que eclipsa a las demás motivaciones, dejando en un segundo plano los salarios y beneficios (27%), y aún más relegada la búsqueda de evolución hacia puestos de responsabilidad (apenas un 14%). El prestigio social, sin embargo, sigue siendo un potente imán, captando la atención de un 23%.
Este hallazgo es crucial. En un entorno global marcado por la volatilidad económica, la precariedad laboral post-pandemia y la aceleración de la automatización, la juventud marroquí parece haber encontrado en la solidez del sector público un ancla existencial. No buscan el vértigo de la disrupción, sino la certidumbre de un camino bien trazado, la dignidad de un puesto estable y el reconocimiento que históricamente ha conferido servir al Estado.
Ministros y gigantes: Los nuevos emblemas de carrera
Dentro de este nuevo imaginario, ciertas instituciones brillan con luz propia. El Ministerio de Economía y Finanzas se erige como el epicentro del poder y la estrategia, atrayendo al 43% de los encuestados con la promesa de misiones de prestigio y una carrera robusta. Justo detrás, el Ministerio del Interior (32%) ejerce una atracción poderosa sobre aquellos que aspiran a la gobernanza y la administración, pilares esenciales del Estado.
Pero el atractivo no se limita a los despachos ministeriales tradicionales. La transición energética y el medio ambiente (14%) seducen a los apasionados por la innovación verde, mientras que Equipamiento y Agua (11%) mantiene su magnetismo para los ingenieros civiles, especialmente con la perspectiva de los grandes proyectos vinculados al Mundial 2030, que actuarán como un gigantesco motor de desarrollo infraestructural.
En el ámbito de las empresas públicas, OCP (Oficina Cherifiana de Fosfatos) conserva su estatus de gigante indomable. Con un 41% de interés, sus proyectos industriales de gran envergadura y salarios competitivos la mantienen en la cima. Le siguen de cerca la ONEE (electricidad y agua), la ONCF (ferrocarriles) y la ONDA (aeropuertos), cada una capitalizando su papel estratégico en la modernización del país. Desde las telecomunicaciones (ANRT) hasta el turismo (ONMT), el abanico de oportunidades en el sector público es tan vasto como las ambiciones nacionales.
Una estrategia silenciosa, un impacto profundo
Este éxodo de talento hacia el Estado no es producto del azar. Décadas de reformas estructurales y, crucialmente, aumentos salariales repetidos en la función pública han erosionado la brecha con el sector privado, e incluso la han invertido en algunos segmentos. El resultado es que ingenieros, licenciados en comercio y arquitectos ven hoy en la administración pública no solo una garantía de seguridad, sino también una vía legítima para la realización profesional y el reconocimiento social.
Para Marruecos, este fenómeno tiene implicaciones duales. Por un lado, la inyección de talento joven y altamente cualificado en la maquinaria estatal podría ser una bendición para la eficiencia, la innovación y la capacidad de ejecución de las políticas públicas. Por otro, plantea un desafío significativo para el sector privado, que tendrá que reinventar sus propuestas de valor para competir por el mismo capital humano.
La juventud marroquí ha hablado. Su elección nos obliga a repensar las prioridades de una generación que, en el cruce de caminos entre la tradición y la modernidad, ha decidido apostar por la estabilidad como el verdadero motor de su éxito. Un recordatorio potente de que, incluso en la era de la globalización, las narrativas locales pueden redefinir el futuro.
08/09/2025