Bajo el cielo de Tetúan, donde las montañas del Rif custodian memorias andalusíes y el Mediterráneo respira historia, el Rey Mohammed VI ha pronunciado su vigésimo sexto Discurso del Trono. No es solo un balance anual; es la cartografía de un reinado en su punto de inflexión, un mapa que muestra tanto las cumbres conquistadas como los valles aún sombríos que desafían al proyecto nacional. El discurso, tejido con hilos de legitimidad dinástica, orgullo económico y una inquietante conciencia de fracturas internas, revela a un monarca que dirige con una mano en el timón del progreso y la otra extendida hacia heridas aún abiertas.
El contrato sagrado y los cimientos del «Marruecos Emergente»
Como es ritual, el discurso abre renovando el bay’a (pacto de lealtad), ese compromiso ancestral entre el soberano y su pueblo, un contrato sagrado que es el oxígeno de la monarquía alauí. Mohammed VI lo enmarca no como mera tradición, sino como el sustrato sobre el cual se ha edificado el «Marruecos Emergente». Aquí, el Rey despliega sus cartas de triunfo con la soltura de quien conoce su valor: un crecimiento económico «significativo y regular» que desafía sequías persistentes y tormentas geopolíticas; un «renacimiento industrial sin precedentes» con exportaciones que se duplican; sectores emblemáticos – automoción, aeronáutica, renovables – convertidos en pilares de una economía que se presenta como «tierra de inversión» global, conectada a «más de tres mil millones de consumidores». Las cifras (reducción de la pobreza multidimensional del 11,9% al 6,8%, ascenso a la categoría de «desarrollo humano elevado» según el IDH) son presentadas como trofeos de una visión estratégica coronada por infraestructuras «modernas, robustas y a estándar mundial», incluyendo la ambiciosa extensión del tren de alta velocidad (TGV) a Marrakech y megaproyectos hídricos y energéticos.
La sombra en el espejo: El «Marruecos a dos velocidades»
Pero justo cuando la narrativa alcanza su clímax triunfalista, el Rey introduce un giro crucial. Con franqueza inusual, declara: «Ningún nivel de desarrollo económico e infraestructural podría satisfacerme si no contribuye efectivamente a mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos». Y aquí, la retórica choca contra la realidad. Admite, con un «es lamentable» que resuena como un lamento, la persistencia de «formas de pobreza y precariedad» en zonas rurales, fruto de la falta de infraestructuras básicas. Es el reconocimiento explícito del «Marruecos a dos velocidades» – un país que corre con dos piernas desiguales. Esta confesión es la bisagra central del discurso. Niega que esta realidad refleje su visión o los esfuerzos desplegados, pero su mera mención la sitúa en el corazón de la agenda pendiente. «Ni hoy ni mañana hay lugar para un Marruecos de dos velocidades», sentencia. Es un diagnóstico severo sobre la insuficiente justicia territorial.
El «impulso territorial»: De la asistencia a la emancipación regional
De este diagnóstico nace la propuesta central: un «verdadero impulso» hacia un «desarrollo territorial integrado». No es un mero ajuste, sino un cambio de paradigma: abandonar los «moldes clásicos del desarrollo social» por una estrategia que ponga el territorio, sus especificidades y potencialidades, en el centro. El Rey ordena una «nueva generación» de programas basados en la «valorización de lo local», la «regionalización avanzada» y la «solidaridad interterritorial». Los cuatro pilares reflejan urgencias: empleo mediante emprendimiento e inversión local; refuerzo radical de servicios básicos, especialmente educación y salud (llave para la «dignidad»); gestión «proactiva y sostenible» del agua (talón de Aquiles climático); y proyectos de «puesta a nivel territorial» que dialoguen con las grandes infraestructuras nacionales. Es un plan que busca generar desarrollo desde y con las regiones.
El tablero exterior: La mano extendida y el muro de Argel
En el ámbito regional, el discurso despliega una diplomacia de contrastes. Hacia Argelia, la mano sigue tendida con constancia. Mohammed VI reitera los lazos «fraternales» indisolubles (lengua, religión, geografía, destino común) y su disposición al «diálogo franco, responsable, fraterno y sincero». La retórica es cálida («Nuestros Hermanos en Argelia»), pero choca contra el silencio argelino, un hecho que el discurso no nombra pero delata. La reafirmación de la Unión del Magreb como proyecto imposible sin Marruecos “y” Argelia suena a anhelo frustrado. En contraste, el tono es firme respecto al Sáhara. El Rey celebra el «creciente apoyo internacional» a la Iniciativa de Autonomía, agradeciendo explícitamente a Reino Unido y Portugal, presentándola como la única solución realista bajo soberanía marroquí. El mensaje es claro: mientras la puerta hacia el este permanece cerrada, la legitimidad internacional en el sur se consolida.
El legado y la sombra de los antepasados
Como en un delicado juego de espejos, el discurso cierra donde comenzó: con el peso de la historia y la legitimidad dinástica. El homenaje a las fuerzas de seguridad y defensa, «bajo Nuestro Mando», refuerza el pilar de la estabilidad. Pero es la evocación emocionada de los «valerosos mártires de la Nación», encabezados por Mohammed V y Hassan II, la que cierra el círculo simbólico. Es un recordatorio poderoso de que Mohammed VI gobierna no solo un territorio y un presente, sino un legado. Un legado que ahora incluye, irrevocablemente, la promesa – aún por cumplir plenamente – de cerrar la brecha entre el Marruecos emergente y el Marruecos olvidado, entre el TGV y la aldea sin agua, entre la potencia económica y la dignidad territorial pendiente. El vigésimo sexto Discurso del Trono no es solo un balance; es la hoja de ruta de un reinado que busca su lugar definitivo en la historia, consciente de que su éxito final se medirá no solo en megaproyectos o reconocimiento internacional, sino en la capacidad de hacer realidad aquello que el Rey mismo ha declarado intolerable: un solo Marruecos, a una sola velocidad, donde el progreso no sea un privilegio geográfico, sino un derecho ciudadano arraigado en cada valle, montaña y desierto del reino. La elegancia literaria del discurso no puede ocultar la magnitud de este desafío, el más crucial de su era.
Mohamed BAHIA
30/07/2025









