La sombra de la guerra se cierne pesada sobre Gaza, ajena al optimista –y quizás ingenuo– pronóstico de Donald Trump. Mientras el presidente estadounidense habla de una resolución inminente del conflicto, la realidad sobre el terreno grita un lenguaje distinto: el de la violencia, la desesperación y el estancamiento diplomático. «Esperamos que se arregle la semana que viene», declaró Trump, una frase que rebota contra el muro de la complejidad geopolítica de Oriente Medio.
Las conversaciones indirectas mediadas por Qatar, Egipto y Estados Unidos en Doha se han convertido en un teatro del absurdo. Ambas partes, israelíes y palestinos, se acusan mutuamente del bloqueo, en una danza macabra de responsabilidades difusas. El corredor de Morag, una franja estratégica al sur de Gaza, se erige como el principal obstáculo. Israel pretende mantener allí su presencia militar, con el declarado objetivo de confinar a la población gazatí. Hamas, por su parte, rechaza de plano esta pretensión, considerándola una inaceptable limitación a su soberanía.
Mientras tanto, en Jerusalén, Benjamin Netanyahu libra su propia batalla. La presión del ala más derechista de su coalición, encarnada en figuras como Ben Gvir y Smotrich, lo coloca en una encrucijada. Estos ministros, ultranacionalistas y belicistas, exigen garantías de que la ofensiva militar pueda reanudarse tras una eventual tregua de 60 días. Su amenaza de dimisión penetra como una daga en el corazón de la ya frágil estabilidad del gobierno israelí. A este complejo escenario se suman las desgarradoras protestas de las familias de los rehenes israelíes, que claman por su liberación frente a la oficina del primer ministro.
En Gaza, la tragedia continúa su curso implacable. 43 palestinos, entre ellos mujeres y niños, perdieron la vida el domingo en los bombardeos israelíes. Un mercado en Gaza ciudad y el campo de desplazados de Al-Mawassi se convirtieron en escenarios de muerte y destrucción. En Nousseirat, la imagen de niños asesinados cerca de un punto de distribución de agua potable es un crudo recordatorio del costo humano de este genocidio enquistado. El ejército israelí, con una frialdad burocrática que hiela la sangre, admitió una «falla técnica» en uno de los ataques, un eufemismo que apenas oculta la tragedia de las «víctimas colaterales».
El optimismo de Trump, en este contexto, se antoja un ejercicio de desconexión con la realidad. Las negociaciones en Doha, oficialmente en curso, parecen destinadas al fracaso. La paz, una vez más, se convierte en un espejismo en el desierto de la política internacional.
14/07/2025