La reciente apertura de la primera embajada de Kenia en Marruecos y el respaldo de Nairobi al plan de autonomía marroquí para el Sáhara han generado una reacción inmediata de Argelia, que se apresura a movilizar sus últimos apoyos en el escenario diplomático africano.
A solo un día del anuncio, el embajador argelino en Kenia, Mahi Boumediene, se reunió con Moses Wetangula, presidente de la Asamblea Nacional de ese país, en un intento de contener el avance marroquí en África Oriental. Esta intervención diplomática no solo revela la pérdida de influencia progresiva de Argel, sino también su voluntad de apoyarse en figuras locales afines al Polisario para revertir un aislamiento creciente.
Wetangula no es un interlocutor casual. Reconocido defensor del Polisario dentro del Parlamento keniata, mantiene una relación fluida con los círculos del Frente y ha sido históricamente utilizado como canal de comunicación entre Argel y Nairobi. Tras la cumbre entre el jefe del gobierno marroquí, Aziz Akhannouch, y el presidente keniano, William Ruto, en Dakar en enero de 2023, Wetangula viajó a Argel donde fue recibido por el presidente Abdelmadjid Tebboune, a quien reafirmó su apoyo al Frente del Polisario.
Además, fue este mismo político quien persuadió al presidente Ruto para que eliminara un tuit que, en septiembre de 2022, anunciaba el fin del reconocimiento de Kenia a este grupo. Aunque logró aquella corrección superficial, la línea política de Ruto ha demostrado ser clara y constante en su respaldo al enfoque marroquí, marcando un distanciamiento respecto a los discursos pan-africanistas del pasado que defendían sin matices al Polisario.
La evolución de la política exterior de Kenia —traducida en gestos diplomáticos concretos como la apertura de su embajada en Rabat— refleja una tendencia más amplia en el continente: la consolidación de un consenso favorable a la soberanía marroquí sobre el Sáhara, bajo el paraguas de un plan de autonomía que goza cada vez de mayor aceptación en la Unión Africana y entre socios internacionales.
En este contexto, Argelia se aferra a sus últimos bastiones. El encuentro entre Boumediene y Wetangula se inscribe en una estrategia para reagrupar a los sectores políticos pro-Polisario en Kenia e intentar construir un contrapeso simbólico ante el avance diplomático marroquí. Según el propio Wetangula, la conversación fue “cordial” y centrada en los “intereses bilaterales comunes”, con el objetivo declarado de reforzar la diplomacia parlamentaria entre ambos países.
Sin embargo, detrás del lenguaje protocolario se esconde una lucha de narrativas. Mientras Rabat acumula reconocimientos y refuerza su presencia en el continente, Argelia multiplica esfuerzos por conservar espacios de influencia, como el Parlamento keniano, donde aún persisten figuras vinculadas al Frente Polisario.
Cabe recordar que Wetangula ha abogado por mantener a dicha frente dentro de la Unión Africana, rechazando la Declaración de Tánger —firmada por numerosos exministros africanos de Relaciones Exteriores— que pedía la exclusión de entidades no estatales de la organización continental.
Pese a estos intentos, los signos del declive diplomático argelino son evidentes. La estrategia de contención desplegada en Nairobi revela una Argelia cada vez más aislada, que busca resistir al cambio de paradigma regional apostando por actores de influencia menguante. Marruecos, por el contrario, continúa ampliando su respaldo africano en torno a una solución política realista y consensuada, relegando progresivamente la narrativa argelina al margen del debate continental.
Abdelhalim ELAMRAOUI
30/05/2025









