La reciente decisión del gobierno estadounidense de Donald Trump de revocar la certificación del Programa de Estudiantes y Visitantes de Intercambio (SEVP) a la Universidad de Harvard redefine los márgenes de autonomía entre el poder político y el sistema universitario estadounidense. Alegando razones relacionadas con el antisemitismo y supuestos vínculos con entidades chinas sancionadas, el Departamento de Seguridad Nacional ha prohibido a la institución inscribir a nuevos estudiantes internacionales.
Esta acción, sin precedentes en el contexto educativo del país e impensable para muchos, debido al prestigio del centro superior, proyecta consecuencias estructurales no sólo para Harvard, sino para el conjunto del ecosistema académico de Estados Unidos.
Aunque de primera apariencia se inscribe formalmente en la respuesta oficial a tensiones internas en los campus, la medida encaja en una estrategia política más amplia centrada en el enfrentamiento geopolítico con China. Las acusaciones de colaboración con el Cuerpo de Producción y Construcción de Xinjiang, una organización estatal china sancionada por presuntas violaciones a los derechos humanos, intensifican una narrativa que combina seguridad nacional, política migratoria y vigilancia ideológica.
La consecuencia directa: un clima de incertidumbre para las universidades, sometidas a condiciones administrativas volátiles que comprometen su capacidad de atraer talento internacional. A lo que suma, el impacto inmediato que inseguridad y vulnerabilidad que afecta a miles de estudiantes extranjeros cuyos planes académicos y trayectorias profesionales quedan suspendidos de forma abrupta.
Harvard, con una dotación financiera que supera los 53.000 millones de dólares, ha movilizado recursos para mantener sus proyectos de investigación, pero incluso con fondos propios, la ruptura de la continuidad internacional representa una amenaza para la diversidad y sostenibilidad de su producción científica. Más allá de los campus, la economía local de Massachusetts, donde se ubicala la universidad y altamente interdependiente de ella, y sectores como la biotecnología y la medicina sufrirán efectos colaterales ante la contracción del flujo estudiantil global.
A largo plazo, la imagen es más gris y confusa, ya que el episodio erosiona una de las herramientas más eficaces del liderazgo global estadounidense: su sistema de educación superior como destino preferente para la élite intelectual del mundo. Sin embargo el mensaje desde la Casa Blanca es inequívoco: si Harvard puede quedar excluida del programa federal por razones políticas, 4 universidad está exenta de vulnerabilidad. Un precedente que debilita la confianza de futuros estudiantes e investigadores en la estabilidad institucional de EE.UU., particularmente entre quienes ya enfrentaban exigencias migratorias restrictivas y elevados costos.
Además, cabe resaltar que en este nuevo contexto, China aparece como uno de los actores que puede absorber parte del capital humano desplazado. Universidades asiáticas, como la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hong Kong, han ofrecido admisión incondicional a los estudiantes afectados. Y Pekín ha reafirmado su plan para atraer a decenas de miles de estudiantes estadounidenses mediante programas de intercambio respaldados por el propio presidente chino Xi Jinping. Entonces, mientras Washington restringe, China amplía su oferta educativa y proyecta su influencia académica con una estrategia de mediano plazo, un punto más a favor del gigante asiático en su guerra competitiva multisectorial con Estados Unidos.
De esta manera, el caso Harvard ha escalado de ser un conflicto entre una universidad y el poder ejecutivo, ha convertirse en un indicador de cómo la confrontación política interna puede deteriorar activos estratégicos del país. A medida que se intensifica el control gubernamental sobre el sistema educativo, se reduce la capacidad de Estados Unidos para competir por el talento internacional y ejercer su influencia a través del conocimiento, una herramienta clave en la diplomacia actual.
¿Puede una democracia sostener su liderazgo en innovación y ciencia si limita el acceso de los mejores estudiantes del mundo? y ¿hasta qué punto el uso instrumental de la política migratoria amenaza los fundamentos de la libertad académica? El desenlace de este conflicto definirá no solo el futuro de Harvard, sino también el papel que Estados Unidos está dispuesto a jugar en el mapa educativo global del siglo XXI y hasta donde se extenderá la competencia China vs EE.UU. y quién liderará las redes de influencia globales en el futuro cercano.
23/05/2025
María Angélica Carvajal









