El nuevo acuerdo comercial entre Estados Unidos y el Reino Unido, anunciado este 8 de mayo, marca un giro táctico en la política exterior económica de la administración Trump, que apuesta por la bilateralidad selectiva mientras mantiene su intransigencia frente a la Unión Europea.
El pacto anunciado, que contempla reducciones arancelarias y acceso ampliado para productos agrícolas y manufacturados estadounidenses, pone de manifiesto el doble enfoque de Washington: cooperación estratégica con aliados individuales dispuestos a acomodarse a sus términos, y presión sistemática sobre bloques comerciales como la UE, donde los márgenes de negociación son más complejos y menos unilaterales.
Desde un punto de vista económico y comercial, el acuerdo con Londres concede ventajas tangibles a sectores clave de la economía estadounidense. Exportaciones como la carne de res, el etanol o los productos industriales ganarán terreno en el mercado británico, al tiempo que el Reino Unido obtiene rebajas significativas en aranceles al acero, al aluminio y a los automóviles. Esta estrategia no solo responde a intereses económicos, sino también a un cálculo geopolítico: premiar la relación bilateral tras el Brexit y reforzar una alianza tradicional en un momento de reajuste del orden comercial global.
Por su parte, el primer ministro británico, Keir Starmer, reconoció que el acuerdo aún debe ser afinado en algunos aspectos técnicos, pero no dudó en calificarlo como un «hito histórico» en las relaciones bilaterales. Durante su intervención, Starmer subrayó que la plataforma construida junto a Estados Unidos representa una base sólida para el futuro comercial del Reino Unido post-Brexit, destacando el simbolismo del pacto en el contexto del 80 aniversario del Día de la Victoria en Europa, que reafirma, según Starmer, los lazos duraderos entre ambas naciones.
Sin embargo, esta disposición del líder republicano a ceder parcialmente con el Reino Unido, contrasta con la persistente rigidez de Washington en sus tratos con Bruselas. La Unión Europea enfrenta aún gravámenes de hasta el 25 % sobre sus exportaciones hacia EE.UU., especialmente en sectores sensibles como el automotor, el acero y la agroindustria. Pese a intentos de negociación, la Casa Blanca ha mantenido una postura agresiva, argumentando la necesidad de reciprocidad y equidad en los intercambios, aunque en la práctica eso se ha traducido en una política de presión asimétrica.
Las consecuencias económicas para la UE son significativas. Productos europeos valorados en más de 100.000 millones de euros podrían verse afectados si fracasan las negociaciones, lo que llevaría a Bruselas a activar una segunda ronda de contramedidas arancelarias, además de las ya preparadas por valor de 26.000 millones de euros. Este escenario de escalada comercial tiene un impacto directo sobre la competitividad de las empresas europeas en el mercado estadounidense y amenaza con distorsionar cadenas de suministro transatlánticas clave.
A nivel institucional, la Comisión Europea ha intentado mantener abierta la vía del diálogo, presentando sus reclamaciones ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) y apelando a la legalidad del sistema multilateral de comercio. No obstante, también ha dejado claro que no aceptará un acuerdo “a cualquier precio” y que está preparada para responder con firmeza si Washington no elimina los aranceles unilaterales. La acusación de que Estados Unidos viola normas fundamentales de la OMC refleja una creciente tensión estructural entre ambos bloques, más allá del corto plazo político.
Esta divergencia en el trato refleja una visión estadounidense que favorece acuerdos bilaterales donde puede imponer condiciones favorables, en detrimento de mecanismos multilaterales donde las concesiones deben ser recíprocas. Así, mientras el Reino Unido aprovecha su posición post-Brexit para asegurar beneficios rápidos con Washington, la Unión Europea se ve obligada a proteger su mercado con una estrategia más defensiva y diversificada, buscando nuevos socios y reforzando su mercado interno para reducir su exposición a la política comercial de EE.UU.
En términos geoeconómicos, esta dinámica plantea una paradoja: Estados Unidos exige apertura y equidad mientras utiliza el poder arancelario como instrumento de presión unilateral. El resultado es un entorno comercial más incierto, donde los beneficios de los acuerdos dependen cada vez más del alineamiento político y menos de las reglas del comercio internacional. Para Europa, el reto es doble: defender su integridad comercial frente a un socio estratégico impredecible y evitar una fragmentación de su agenda económica exterior ante la creciente competencia de acuerdos bilaterales promovidos por Washington.
08/05/2025
María Angélica Carvajal









