La decisión de Arabia Saudita de aumentar drásticamente su producción de crudo, inundando un mercado ya saturado, ha desatado una nueva guerra de precios en el sector energético global. La estrategia del grupo OPEP+ (Organización de Países Exportadores de Petróleo, y sus colaboradores externos, como Rusia o Kazajistán), ha provocado una caída estrepitosa de los precios del crudo, recortes en inversiones, y un freno inesperado en la locomotora energética de Estados Unidos.
En tema de petróleo, Arabia Saudita no improvisa. La actual ofensiva energética es la quinta guerra de precios en cuatro décadas. El reino ha demostrado que sabe jugar con el suministro como un recurso geoestratégico. Esta vez, el blanco no es únicamente externo: Kazajistán e Irak, miembros de la OPEP+, han sido señalados como responsables de romper la disciplina del cartel al incumplir los recortes acordados y Riad ha decidido responder como en los viejos tiempos: abriendo el grifo.
El aumento de 411.000 barriles diarios en la producción saudí supera por tres lo previsto. En un mercado que ya se encontraba «equilibrado» gracias a acuerdos de recorte anteriores, este nuevo torrente de crudo ha desbordado el vaso. El Brent ha caído un 19,8% en lo que va de este 2025 y cotiza por debajo de los 60 dólares por barril, un nivel no visto desde 2021. El West Texas, referencia estadounidense, oscila en torno a los 58-59 dólares, muy por debajo del umbral de rentabilidad para perforar nuevos pozos en EE.UU., estimado en 65 dólares.
Las consecuencias en Norteamérica han sido inmediatas. El primer afectado ha sido el corazón del fracking estadounidense: la Cuenca Pérmica, situada entre Texas y Nuevo México. Este epicentro de la producción de petróleo no convencional está viendo cómo las inversiones comienzan a apagarse.
El Econmista.es informa que la compañía Matador Resources, con sede en Texas, fue la primera gran empresa en anunciar recortes, retirará uno de sus nueve equipos de perforación y reducirá su inversión en 100 millones de dólares. Además, Diamondback Energy, uno de los mayores productores independientes, advierte de que la industria está sufriendo una caída del 15% en su fuerza laboral este año, que alcanza el 20% en la Cuenca Pérmica. También ha proyectado una reducción del 10% en pozos activos para el segundo trimestre de 2025.
Asimismo, otras empresas más pequeñas como Coterra Energy se ha sumado al ajuste reduciendo su inversión y disminuyendo el número de pozos operativos de 10 a 7. De esta manera, el mensaje es claro: si los precios siguen cayendo, más compañías seguirán el mismo camino.
La industria estadounidense en jaque
Desde la revolución del shale oil, Estados Unidos ha duplicado su producción de crudo hasta superar los 13 millones de barriles diarios. Esta transformación ha sido posible gracias a tecnologías como la perforación horizontal y el fracking hidráulico, que permiten extraer petróleo atrapado en formaciones de esquisto.
Sin embargo, esta industria es altamente dependiente de precios estables y relativamente altos. A diferencia del crudo convencional, el petróleo de esquisto exige reinversiones constantes para perforar nuevos pozos, muchos de los cuales se agotan rápidamente. El actual precio del West Texas por debajo de 60 dólares está muy cerca del punto de estancamiento productivo, y si cae más, la producción no solo se frenará, sino que comenzará a disminuir, como advirtió JP Morgan en un reciente informe.
El objetivo saudí
Aunque la narrativa oficial se enfoca en disciplinar a Irak y Kazajistán para que cumplan con sus cuotas, las implicaciones globales del movimiento saudí parecen apuntar más allá. Al reducir los márgenes de rentabilidad de los productores más caros, en particular, los del fracking estadounidense, Arabia Saudita intenta recuperar su cuota de mercado sacrificando precio por volumen. Tal y como se ha demostrado en crisis pasadas, los productores menos eficientes fueron expulsados o absorbidos en beneficio de Riad.
Y este este Reino también apuesta por su ventaja comparativa: el coste de extracción en Arabia Saudita ronda los 10 dólares por barril, una cifra muy inferior a la de sus competidores. Esta brecha le permite resistir escenarios de precios bajos durante periodos prolongados, una capacidad que ni siquiera el músculo tecnológico estadounidense puede igualar sin sufrir.
Pero la guerra de precios, como en cualquier conflicto, tiene daños colaterales. La elevada volatilidad en los mercados de energía no solo amenaza a productores individuales, sino que también introduce incertidumbre en inversiones a largo plazo, compromete la estabilidad fiscal de países dependientes del petróleo y puede alterar las rutas de transición energética.
Según varios analistas internacionales en mercado petrolero, si la situación se prolonga, el riesgo de estancamiento de la producción estadounidense es real. La Agencia Internacional de Energía ha advertido que los precios actuales “no permiten perforar nuevos pozos de forma rentable” y la caída del número de pozos operativos desde noviembre de 2022 hasta 2025, al pasar de 627 a 479, según Baker Hughes, empresa para-petrolera estadounidense, refuerza esta alerta.
En este sentido, Arabia Saudita ha reactivado una vieja arma: la sobreoferta. Y, de momento, está funcionando. En su intento de castigar la indisciplina interna del grupo OPEP+ y frenar el auge del fracking norteamericano, ha conseguido lo que parecía improbable hace meses: frenar la expansión petrolera de EE.UU.
Mientras tanto, el mercado observa y espera con precios en caída libre, inversiones congeladas y una industria estadounidense en modo defensivo, donde Riad ha tomado el timón y por ahora es quien dirige el rumbo del barco de oro negro.
08/05/2025
María Angélica Carvajal









