Con motivo del Día Mundial de la Libertad de Prensa, la organización francesa Reporteros Sin Fronteras (RSF) publica su informe anual, que clasifica a los países según el grado de ejercicio de esta libertad, basándose en criterios que ella misma establece y manipula a su conveniencia.
Cualquier observador no puede sino sorprenderse ante una clasificación que sitúa a Israel —país que ha asesinado a cerca de 200 profesionales de los medios durante su ofensiva en Gaza y Cisjordania— en una posición superior a la de Marruecos, ocupando el puesto 112 frente al 120 de este último, según RSF. Por su parte, Catar logra el puesto 79, por delante de Argentina, Líbano, Egipto y todos los demás países árabes. Esto plantea serias dudas sobre la metodología empleada por RSF para evaluar la libertad de prensa en el mundo. Si Israel asesina y agrede sistemáticamente a periodistas palestinos y extranjeros —la máxima violación posible contra la labor periodística—, Catar ni siquiera reconoce derechos básicos como la libertad de asociación o reunión, y mucho menos la de expresión.
Recuerdo un viaje a este país junto al exsecretario general de la Federación Internacional de Periodistas, Aidan White, con el objetivo de crear un núcleo sindical para periodistas. Tras contactar a varios colegas, intentamos organizar una reunión, pero todos se negaron: cualquier encuentro no autorizado conlleva sanciones severas. Allí, el Estado impone entidades oficiales que designa a su antojo y las presenta como interlocutores en materia de libertad de prensa y derechos humanos.
El exsecretario general de RSF, Robert Ménard, trabajó en uno de estos centros. Tras renunciar abruptamente en 2008, ayudó a fundar el Centro Doha para la Libertad de Medios, supervisado por la jequesa Moza, donde asumió la dirección. Más tarde, regresó a Francia, se unió a la extrema derecha y se presentó a elecciones locales con el xenófobo Frente Nacional.
He tenido la oportunidad de reunirme con esta persona varias veces cuando era secretario general de Reporteros Sin Fronteras, incluida una visita a nuestro país, invitado por autoridades oficiales, donde elogiaba exageradamente la libertad de prensa en Marruecos. Lo contacté junto con un líder del Sindicato Nacional de Prensa marroquí, y durante nuestra reunión de trabajo, le preguntamos sobre el motivo de este cambio repentino, pero no respondió. Le dejamos claro nuestro desacuerdo, señalando que nuestros informes —más rigurosos que los de RSF— reflejaban otra realidad.
En Francia, los sindicatos periodísticos consideran a RSF un brazo del Estado francés, por lo que sus informes carecen de credibilidad. Aunque la organización publica datos sobre sus ingresos, oculta recibir grandes sumas que le permiten financiar corresponsales globales y campañas mediáticas agresivas.
RSF también ha impulsado campañas contra Marruecos, bajo el nombre del “ejercicio de la libertad de prensa en el Sáhara Occidental”, apoyando de forma sesgada las reivindicaciones separatistas, como hizo de forma flagrante durante los acontecimientos de «Gdeim Izik» en 2010. Casualmente, yo estaba entonces en París y solicité una reunión con el entonces secretario general, Jean-François Julliard. En la sede de RSF, junto a una responsable para el norte de África, le presenté datos que desmentían todo lo que la organización publicaba sobre lo que denominaban «el Sáhara Occidental». El entonces Secretario General de la organización reconoció que estos informes presentados por Reporteros Sin Fronteras eran inexactos y dio instrucciones a la empleada para que revisara el asunto.
Estos hechos, entre muchos otros que no caben aquí, confirman que los informes de RSF son tendenciosos y no objetivos: son evaluaciones políticas basadas en una metodología selectiva y poco rigurosa, elaborada no por expertos académicos con criterios científicos, sino por corresponsales que aplican cuestionarios a muestras arbitrarias de «activistas» que no se ajusta a ninguna lógica ni criterio de los utilizados en la selección de muestras. A esto se suman las posturas políticas dictadas por intereses geoestratégicos de sus financiadores, convirtiendo todo en una hipocresía sin fronteras.
Younes Moujahid
08/05/2025









