En el contexto de la guerra arancelaria entre Estados Unidos y China, el gigante asiático ha demostrado planificación, calma y cero improvisación. Esto se enfatizó este martes y miércoles en las declaraciones de su Presidente Xi Jinping durante un simposio en Shanghái, donde indicó que “es importante tener una visión de futuro de los cambios en el panorama internacional y su impacto en China”. La consigna es clara: reajuste estructural, diversificación comercial y fomento del consumo interno como pilares de la nueva economía asiática.
La narrativa oficial china evita mencionar explícitamente la guerra comercial. Sin embargo, las cifras hablan por sí solas. Datos publicados por El Economista informan que el índice PMI manufacturero chino se desplomó en abril a 49 puntos, entrando oficialmente en contracción y alcanzando su peor nivel desde diciembre de 2023. Más alarmante aún es la caída de los nuevos pedidos de exportación, que se hundieron a 44,7, una señal evidente de que los aranceles estadounidenses están impactando el corazón exportador del país. El sector no manufacturero tampoco escapa al enfriamiento, con una contracción del índice de servicios a 50,4. Se trata de una desaceleración generalizada.
Sin embargo, frente a esta realidad, China no ha optado por estímulos fiscales agresivos inmediatos, como ocurrió tras la crisis de 2008. En cambio, la respuesta del gobierno de Xi Jinping se construye sobre el mediano y largo plazo. Se ha lanzado un plan de 41.000 millones de dólares para estimular el consumo interno, con subsidios a la compra de electrodomésticos, cupones de ocio, apoyo al cuidado de ancianos e incentivos fiscales. El objetivo es atacar el fenómeno deflacionario que lleva 18 meses consecutivos de caída de precios, desde adentro, reduciendo la dependencia del sector exportador e impulsando la demanda doméstica como nuevo motor del crecimiento.
El líder Xi Jinping ha sido claro: “El país debe ajustar y optimizar su estructura económica”, reiterando la necesidad de crear nuevas “fuerzas productivas” adaptadas a las condiciones locales. La planificación quinquenal 2026-2030 girará en torno a esta reconfiguración del modelo productivo, con la meta, ambiciosa pero incierta, de mantener un crecimiento del 5%. Este objetivo, aunque previsto también por el Fondo Monetario Internacional, se ve cada vez más comprometido por el deterioro de las exportaciones, la crisis inmobiliaria interna y la desconfianza del consumidor chino.
Nuevas rutas
En paralelo, la diplomacia económica china ha activado un redireccionamiento estratégico de sus rutas comerciales. La reciente conexión marítima entre el puerto de Cantón y el puerto peruano de Chancay, anunciada esta misma semana por Xi como parte de la “Ruta de la Seda Marítima del siglo XXI”, es una jugada clave. Este nuevo corredor logístico busca reducir los costos en un 20% y posicionar a América Latina como un socio estratégico alternativo, con mayor potencial que algunos países del Sudeste Asiático. A esto se suma la reciente gira presidencial por el Sur asiático, en busca de alianzas comerciales regionales que compensen la pérdida de acceso preferente al mercado estadounidense.
La iniciativa no es nueva. Desde la primera guerra comercial con Trump en 2018, Beijing ha trabajado sistemáticamente en desvincular su economía del mercado estadounidense. El regreso del expresidente republicano solo ha acelerado esa tendencia. Como señaló Wu Xinbo, director del Centro de Estudios Americanos de la Universidad de Fudan, en un artículo de Bloomberg, “esto no es solo entre China y Estados Unidos; es una cuestión del sistema económico y comercial internacional”. En otras palabras, Pekín busca reposicionarse como defensor del orden multilateral ante lo que considera un Estados Unidos proteccionista y errático.
¿Es suficiente la estrategia interna?
No obstante, los desafíos son inmensos. La pérdida de tracción industrial, la caída de la demanda global, reflejada también en los precios internacionales del petróleo, y la persistente fragilidad del mercado laboral chino dibujan un panorama complejo. El consumo interno, si bien estratégico, sigue afectado por el alto desempleo juvenil, la desconfianza de los hogares y un sistema financiero tensionado por la burbuja inmobiliaria.
Pekín camina sobre una cuerda floja: busca contener el daño a corto plazo sin hipotecar la estabilidad futura. Mientras tanto, Washington exige que sea China quien dé el primer paso para desescalar las tensiones. En ese juego diplomático, Xi se presenta como el líder prudente que nunca deja nada al azar, diseñando una reconfiguración estructural que , de funcionar, podría convertir la crisis en una oportunidad histórica.
China no está en retirada. Está, más bien, en reorganización. Y lo hace a través de un delicado equilibrio entre autonomía estratégica, activación del mercado interno y expansión geoeconómica alternativa. El éxito de esta hoja de ruta no dependerá solamente de Pekín, sino también del comportamiento del sistema internacional. En esa balanza incierta, se juega no solo el destino económico de China, sino el equilibrio global de las próximas décadas.
30/04/2025
María Angélica Carvajal









