Entre la discreción diplomática y el ruido persistente de tambores de guerra, Estados Unidos e Irán vuelven a mirarse las caras, aunque aún por intermediarios, en la capital italiana. Siete años después del colapso del acuerdo nuclear de 2015, y tras múltiples advertencias, amenazas veladas y declaraciones contradictorias, ambas potencias reanudan un diálogo cuya complejidad parece estar incrustada en la historia misma de sus relaciones.
Esta segunda ronda de negociaciones indirectas, tras una semana del primer encuentro en Omán, se lleva a cabo bajo mediación de diplomáticos omaníes. Los protagonistas formales: Abás Araqchí por la parte iraní, y Steve Witkoff como enviado especial estadounidense para Oriente Medio. El trasfondo: un mundo multipolar en crisis, Oriente Medio en tensión, y un programa nuclear iraní que, según el OIEA, “no está lejos” de alcanzar el umbral armamentístico.
Un pacto roto
El acuerdo original, el JCPOA (Plan de Acción Integral Conjunto), firmado en 2015, establecía límites precisos al programa nuclear iraní, como el enriquecimiento de uranio no superior al 3,67% y una drástica reducción de centrifugadoras, a cambio del levantamiento de sanciones internacionales. Sin embargo, en 2018, durante el primer mandato del presidente estadounidense Donald Trump, éste decidió retirar unilateralmente a su país del pacto, argumentando que Irán se beneficiaba injustamente del mismo. El acuerdo quedó herido de muerte, y con él, la confianza.
Desde entonces, Teherán ha retomado y acelerado su programa nuclear, llegando hoy a enriquecer uranio hasta niveles del 60%, muy por encima del límite anterior, aunque aún por debajo del 90% necesario para fines militares.
Retórica cruzada
En esta segunda presidencia de Trump, marcada por un retorno a la política de “máxima presión”, el discurso oficial oscila entre la amenaza y la esperanza: “No tengo prisa, pero Irán sabe que la diplomacia no es la única opción”, afirmó desde el Despacho Oval. Paralelamente, el enviado estadounidense ha insistido en que el nuevo acuerdo debe incluir no solo el tema nuclear, sino también los misiles balísticos iraníes y su apoyo a grupos armados como Hezbolá o los hutíes.
Irán, por su parte, rechaza ampliar el marco de negociación. “No vamos a negociar lo que es parte de nuestra defensa o nuestra soberanía”, señaló Araqchí, quien también cargó contra Israel al afirmar que “la única amenaza real para la seguridad nuclear en la región es Tel Aviv”.
Europa como mediador
Italia ha decidido jugar un papel de facilitador en este momento decisivo. El ministro de Exteriores, Antonio Tajani, expresó su satisfacción por acoger las conversaciones y recalcó “la determinación de Europa en alcanzar una solución diplomática sostenible”. En paralelo, Rusia, con quien Irán mantiene estrechos vínculos, respalda la posición iraní de no aceptar demandas “poco realistas”.
Sin embargo, la presión sobre los europeos es creciente. El Secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, instó a los firmantes europeos del JCPOA a “restablecer las sanciones internacionales”, argumentando que “Irán ha incumplido sistemáticamente sus compromisos”.
Mientras Roma acoge esta nueva tentativa de entendimiento, el tiempo corre. La ambigüedad estratégica de Teherán, sumada a la volatilidad del liderazgo estadounidense y la presión regional ejercida por Israel, convierten estas conversaciones en algo más que una negociación técnica: son un intento por recuperar un equilibrio precario, una última oportunidad para evitar una escalada irreversible.
El resultado de estas conversaciones podría determinar no solo el futuro del programa nuclear iraní, sino también la arquitectura de seguridad en Oriente Medio durante la próxima década. En las salas cerradas del ministerio italiano, albergando esta diplomacia de alto voltaje, lo más importante no será lo que se diga… sino lo que no se diga.
19/04/2025
María Angélica Carvajal