El llamado oro negro, antes piedra angular del poder geopolítico y energético global, está tambaleando bajo el peso de su propia abundancia y de una economía mundial golpeada por las tensiones comerciales. El barril de Brent, que se utiliza como referencia europea, ha caído por debajo de los 65 dólares durante la primera quincena de abril , acumulando un desplome del 13% desde el llamado «Día de la Liberación» por parte de Estados Unidos.
Esta caída no es un accidente pasajero, sino el reflejo de una transformación estructural: más oferta, menos consumo y un nuevo orden petrolero incierto en medio del juego de poder entre Estados Unidos, China y la OPEP. Según el último informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), del 15 de abril, el consumo global de crudo caerá este año en 730.000 barriles diarios, y en 2026 se anticipa un superávit de 690.000. El enfriamiento de la economía global, agravado por los aranceles impulsados por el mandatario estadounidense Donald Trump y una guerra comercial que no da tregua, ha hecho mella en los motores del consumo, en especial en China, que ya está acelerando la transición hacia el vehículo eléctrico.
Mientras la demanda se debilita, la oferta se desborda. Pese a los esfuerzos de la OPEP por recortar producción desde 2022, varios de sus miembros han abandonado el consenso. Países como Kazajistán, Irak y los Emiratos Árabes Unidos están produciendo muy por encima de sus cuotas, a lo que se suma el empuje de productores externos al cártel, como Brasil, Guyana y Estados Unidos. Sólo en marzo 2025, la producción mundial aumentó en 910.000 barriles interanuales, alcanzando los 103,6 millones.
En este contexto, el caso estadounidense es paradigmático. Tras liderar el auge del esquisto, las petroleras de EE.UU. están viendo sus márgenes evaporarse. Tanto la AIE como la Reserva Federal de Dallas coinciden: se necesitan precios promedio de 65 dólares para perforar pozos de forma rentable. Ese umbral ya ha sido rebasado a la baja. Empresas como Formentera Partners ya han anunciado que congelarán proyectos hasta que el mercado se estabilice. La semana pasada se produjo el mayor cierre de plataformas en dos años, con nueve fuera de operación, según la empresa de tecnología energética, Baker Hughes.
El panorama se complica aún más por el impacto de los aranceles. La subida de costes en insumos como el acero y equipos ha frenado nuevos desarrollos. Además, los aranceles chinos a productos energéticos estadounidenses como el etano y el gas licuado han obligado a revisar a la baja la previsión de oferta en EE.UU. para este año, con una reducción de 150.000 barriles diarios.
Por su parte, la OPEP parece haber asumido que ya no puede controlar el mercado. Ocho de sus miembros decidieron, contra todo pronóstico, triplicar sus objetivos de producción para mayo, aceptando de facto que la estrategia de recortes había fracasado. Entre los casos más significativos, destaca Kazajistán, que ha superado su objetivo en 390.000 barriles diarios gracias al proyecto de Chevron en Tengiz.
A pesar de la caída en el precio del crudo, algunos países siguen reforzando su papel como nuevos protagonistas del suministro global. Brasil, Guyana y Canadá lideran este frente, y se espera que aporten un aumento neto de 1,3 millones de barriles diarios fuera del cártel. Incluso Estados Unidos podría volver al alza en 2026, con nuevos proyectos offshore que escapen del colapso del esquisto.
Es así como el mercado petrolero atraviesa una tormenta perfecta: una oferta que no encuentra freno, una demanda lastrada por tensiones comerciales y una OPEP que ha perdido el timón. Como advierte el banco suizo UBS, si la guerra comercial se agrava, el Brent podría caer hasta los 40 dólares. El petróleo ya no brilla como antes, y su futuro dependerá más de la geopolítica y la transición energética que de los viejos equilibrios del mercado.
16/04/2025
María Angélica Carvajal









