El mundo de las letras llora la pérdida de Mario Vargas Llosa, quien falleció a los 89 años el pasado 13 de abril en Lima, Perú. Su partida marca el fin de una era dorada para la literatura latinoamericana, dejando un vacío irreparable en el panorama cultural internacional. Vargas Llosa, último miembro sobreviviente de una generación de gigantes literarios que rompieron las barreras del subcontinente – nombres como García Márquez, Cortázar y Fuentes vienen inmediatamente a la mente – dejó una impronta indeleble no solo en la narrativa, sino también en el ámbito político y social.
Su prolífica carrera, coronada con el Premio Nobel de Literatura en 2010 y su posterior nombramiento como miembro de la Academia Francesa en 2021, lo convirtió en un personaje casi novelesco, un reflejo de las complejidades humanas que tanto exploró en sus obras. Más allá de sus novelas, Vargas Llosa alimentó la crónica política con sus controvertidas opiniones y su candidatura a la presidencia del Perú en 1990, y la crónica social con su vida pública, siempre bajo el escrutinio mediático. Su último libro, “Le dedico mi silencio”, publicado en 2023, fue un testamento a su inagotable creatividad, que se extendía también a sus editoriales quincenales para un diario español, hasta diciembre del mismo año. Su influencia trascendió fronteras, con traducciones y publicaciones constantes hasta sus últimos meses. Incluso su vida personal, incluyendo su matrimonio y posterior separación de Isabel Preysler, acaparó la atención de la prensa rosa.
Como lo definió acertadamente la periodista Florence Noiville de Le Monde: «la vida, la literatura y la política forman un gran todo en MVL. Tres brins de una misma trenza, tan entrelazados que uno nunca va sin los otros.» Desde joven, según relata en sus memorias, “El pez en el agua”, Vargas Llosa sintió la necesidad de reescribir las historias, de «corregir sus finales». Su traductor de más de cincuenta años, Albert Bensoussan, lo describe como «un hombre-pluma», un ser que se movía con naturalidad en el torbellino de la vida, inmerso en la escritura como un pez en el agua. Esta pasión se evidencia en la anécdota de Guillermo Cabrera Infante, quien relataba cómo Vargas Llosa se encerraba a escribir desde la mañana hasta la noche, recibiendo su comida en un plato frente a la puerta.
Su primera novela, “El desafío”, publicada a los 20 años, le valió un premio y lo llevó a París en 1959, ciudad que lo marcó profundamente. Allí escribió obras emblemáticas como “La tía Julia” y “el escribidor”, una autobiografía ficcionada que exploraba sus amores y su formación sentimental. Según sus propias palabras, «la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una obstinación».
Nacido en Arequipa, Perú, en 1936, Vargas Llosa tuvo una infancia marcada por la separación de sus padres y una educación rígida impuesta por su padre, a quien conoció a los diez años. Sus experiencias personales, la militancia en el Partido Comunista y sus primeros trabajos periodísticos nutrieron sus primeras novelas. Su viaje a Europa, primero a España para realizar un doctorado y luego a París, fue fundamental en su formación como escritor. Fue en la capital francesa donde se sintió verdaderamente latinoamericano y donde vio publicadas sus primeras obras. Su posterior ingreso a la colección «La Pléiade» de Gallimard, como el primer autor extranjero en lograrlo, es un testimonio de su reconocimiento internacional.
Su estilo, influenciado por maestros como Flaubert, Hugo, Faulkner y Conrad, se caracterizaba por una narrativa accesible, rica en detalles históricos y personajes vivos, pero sin caer en el exotismo. Su apego a la rigurosidad, su investigación exhaustiva y su capacidad de documentación le valieron el apodo de «Flaubert peruano». Obras como “La fiesta del chivo”, “Tiempos recios” y “El sueño del celta” son ejemplos de su capacidad para abordar temas complejos con una prosa impecable.
Vargas Llosa fue un ciudadano del mundo, viviendo en Lima, Londres, París, Madrid, Estados Unidos y otros lugares. Sin embargo, el Perú siempre estuvo presente en su obra, un país que llevaba «en sus entrañas como una enfermedad incurable», según sus propias palabras. En su discurso del Nobel, destacó la riqueza cultural de su país, un crisol de razas y culturas que lo convertían en un microcosmos del mundo.
Su compromiso político, inicialemente de izquierda, evolucionó hacia una postura liberal conservadora. Su candidatura presidencial en 1990, aunque fallida, refleja su interés por la cosa pública. Su ruptura con Gabriel García Márquez, a raíz de su cambio ideológico, es un capítulo importante en su biografía. Fundó la Fundación Internacional para la Libertad (FIL), un think tank ultraliberal, y se pronunció en múltiples ocasiones sobre temas políticos, a menudo con una postura conservadora. Sin embargo, mantuvo su capacidad de crítica, como se evidencia en su condena de la expulsión de migrantes venezolanos por el gobierno chileno.
La muerte de Mario Vargas Llosa deja un legado inmenso. Fue un escritor excepcional, un pensador complejo y una figura pública controvertida. Su influencia en la literatura y el pensamiento latinoamericano, e incluso global, perdurará por generaciones. Su obra seguirá siendo leída y estudiada, recordando a un gigante que, con su pluma, desafió las convenciones y dejó una marca indeleble en el mundo. Adiós, maestro.
Mohamed BAHIA
14/04/2025









