
24-07-2021
por: Youssef Akmir – Investigador en historia de las relaciones hispano-marroquíes y profesor en la Universidad de Agadir.
Las cuestiones que abordamos en este artículo suceden entre el último bienio del siglo XIX y el primero del XX. Es un período especial en la historia de las relaciones internacionales. El darwinismo político se llevó a la práctica con excesivo pragmatismo, dando lugar a una nueva teoría de la redistribución colonial que defendía el derecho de expansión y la hegemonía de potencias de primer orden (como Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania y Rusia) a costa de los intereses de potencias de segundo orden como era el caso de Portugal y España . Según el presidente del gobierno inglés y uno de los artífices de dicha teoría, Lord Salisbury, se trata de dos clases de naciones: las vivas y las moribundas; las naciones vivas tienen el derecho de adueñarse de los intereses geoestratégicos de las naciones moribundas y anexionar sus ex colonias ofreciéndolas a cambio una garantía de seguridad de sus territorios metropolitanos.
El discurso del marqués de Salisbury seguido por las declaraciones del ministro de colonias inglés Joseph Chamberlain sobre la supuesta Alianza Anglosajona entre Gran Bretaña y Estados Unidos provocarían en España un ambiente de indignación y temor; indignación por la falsa neutralidad inglesa y el temor a un eventual ataque militar que amenazaría la soberanía española, ya no en las costas que hacían frontera con Gibraltar, sino en Canarias y Baleares . A raíz de esas declaraciones el gobierno de español adoptaría una serie de medidas para prevenir las consecuencias que podrían originar las presiones diplomáticas británicas. En todo este proceso de prevenciones el Estrecho y Marruecos llevaría el mayor interés e implicaría a la política exterior española en una serie de proyectos de carácter geoestratégico y expansionista.
En una correspondencia que el ministro plenipotenciario de España en Tánger, Emilio de Ojeda envía a Su Majestad el rey Alfonso XIII, dice: “Vuestra Majestad sabe de sobra, que a pesar de la concupiscencia que entre las grandes naciones han suscitado recientemente los territorios de África, la posición de Marruecos por cualquiera de ellas no envolviera serias dificultades ni entrañaría conflictos de carácter internacional, si se hallase este Imperio situado en las margines de Gabón o del Níger, en vez de bañar sus costas el Mediterráneo y dominar Tánger la entrada del Estrecho de Gibraltar(…) Con Gibraltar al sur y Portugal al costado, nos hallamos tan expuestos a una invasión británica por el mediodía y el occidente, como lo estamos al norte por una invasión por Francia. – Puede por tanto afirmarse que España es hoy en día en Europa el país más directamente amenazado por la inminencia de un conflicto(…)Con la reconstrucción paulatina y modesta de los elementos financieros y de guerra que he apuntado a Vuestra Majestad; con la afirmación ante Europa de una política nacional sensata, tan alejada del espíritu de aventuras como del pesimismo espasmódico e indecoroso en que solemos caer a veces, lográramos ganar la voluntad de Europa y convencerla de que la libertad del Estrecho y la solución definitiva de la conclusión de Marruecos consisten en construir a España en mandataria de la civilización en este Imperio”.
La falsa neutralidad inglesa ante la guerra hispano-norteamericana del 98 repercutió de inmediato en las relaciones de Londres con Madrid y París, y afectó su tesitura en torno al tema de Marruecos contribuyendo así al incremento de las tensiones.
A Gran Bretaña, Marruecos no sólo le afectaba por su soberanía en el Peñón de Gibraltar, sino también por la magnitud de sus intereses imperiales y por el control de las comunicaciones en el Mediterráneo occidental. Algunos estudiosos del tema afirman que el gobierno inglés no descartó en ningún momento la posibilidad de un ataque norteamericano a las costas peninsulares españolas. Por ello, Gran Bretaña tenía que prever cuáles eran los justos límites de su soberanía marítima. Esto quiere decir que Gran Bretaña temía que después del supuesto ataque a las costas españolas, Estados Unidos se apoderaría de todo el Estrecho incluyendo la orilla marroquí, sin tomar en consideración la soberanía inglesa en Gibraltar.
A Francia, el asunto de Marruecos le afectaba de una forma similar. Sus aspiraciones imperiales y el interés por dominar el trayecto marítimo Marsella-Orán-Atlántico explicaba su presencia en esta cuestión.
A España, el citado problema le afectaba de una forma diferente. Su reciente derrota ante Estados Unidos de América y la pérdida de sus últimas colonias dieron lugar a un fuerte sentimiento de indefensión e inseguridad, especialmente respecto a sus posesiones insulares . Esta inseguridad imponía la necesidad de participar en cualquier decisión internacional relativa al control de la zona del Estrecho de Gibraltar; a la cual habría que añadir el papel que tendría el control de esta zona geográfica en lo que iba a ser el inminente y próximo reparto de Marruecos. La cuestión marroquí daría lugar a todo tipo de tensiones y supondría un problema más complejo de lo que se podía imaginar: es el futuro de Marruecos que se debatía entre las tentativas de su reparto o el mantenimiento de su statu quo. Desde el ministerio de Estado español, se recomendaba toda la prudencia dada la interconexión entre las ambiciones geopolíticas europeas en torno a Marruecos y los compromisos que España comparte con Gran Bretaña en la zona del Estrecho. El jefe de la diplomacia española comentaba que: “Siendo la cuestión de Gibraltar condición necesaria para las cuestiones de Marruecos, conviene a España mantener con Inglaterra una relación de tal cordialidad que no ofrezca ningún riesgo de alterar el statu quo”.
Aunque el gobierno español no pronunciaría claramente su interés por Marruecos en su relación con Gran Bretaña, la cuestión marroquí fue uno de los asuntos que más influyeron en la orientación de su política exterior. Los informes y la correspondencia de la diplomacia española revelan el porqué de las tensiones internacionales en torno a dicha cuestión. Hemos de señalar también que la mencionada correspondencia refleja una actitud española inconstante, indecisa y cambiante, según la coyuntura que vivía España; y también según la situación que podría originar el delicado tema de Marruecos entre 1898 y 1900.
El 3 de junio de 1898, el ministro de Estado, duque de Almodóvar solicitó a su embajador en Tánger información sobre las pretensiones extranjeras acerca de Marruecos. A través de esta correspondencia se aprecia la preocupación de Almodóvar por “la acción -como él decía- probable de Inglaterra en el Estrecho y esencialmente en Tánger en caso de un conflicto europeo” . En la misma correspondencia, Almodóvar insistía en la necesidad de controlar las aspiraciones europeas en torno a Tánger, comunicando a su embajador que “nos conviene dirigir la vigilancia de las demás Potencias continentales hacia ese lado, con objeto de precavernos y protegernos contra posibles desagradables contingencias en frente de las que nos debemos quedar por completo entregados a nuestros propios recursos. A pesar de los graves y absorbentes acontecimientos de Ultramar, el Gobierno tiene la vista dirigida con gran interés y alguna preocupación sobre Marruecos”. Al empezar el año 1899, el ministro de Estado español recomendaría a sus representantes en el extranjero mantener una actitud neutral ante la cuestión marroquí con el objetivo de evitar cualquier tipo de roces con las demás potencias. Lo comentaba así a su embajador en Londres: “Creo deber señalar desde luego, para evitar cualquier mala inteligencia, que el pensamiento del Gobierno español no significa ninguna hostilidad presunta contra potencia alguna europea, pues desea conservar sus buenas relaciones con todas, sino que únicamente ha de consistir su objeto en garantizar el actual statu quo y el Gobierno que hoy rige en Marruecos”.
La neutralidad que el gobierno español aconsejaba a sus embajadores disminuía cuando se trataba de los intereses que Madrid y Londres pudiesen compartir, respecto a un posible entendimiento sobre al porvenir de Marruecos. El hecho es que este entendimiento no lograría reducir las preocupaciones del ministro de Estado español sobre las pretensiones británicas en la Bahía de Algeciras. Para el duque de Almodóvar, el tema de Marruecos era una cuestión de prestigio internacional, mientras que el tema de la bahía de Algeciras era una cuestión de dignidad nacional que afectaba directamente a España. Así lo explicaba a su embajador en Tánger: “No interprete usted que desde el momento que Inglaterra se convenza de la sinceridad de nuestro deseo de entendernos con ella en lo que al porvenir del Imperio marroquí se refiere, desaparecerían de por sí sus recelos respecto a la bahía de Algeciras, con lo cual saldríamos de una situación poco agradable, sin adquirir un compromiso quizá peligroso y en todo caso depresivo para nuestra dignidad nacional dentro de la Península”.
En definitiva, en un marco en el que los nuevos fundamentos de la teoría imperialista tuvieron como referencia al Darwinismo político y al nuevo concepto del derecho internacional que encontraba el sentido de la historia en la desigualdad entre una potencia grande, capaz de dominar el mundo y otra periférica destinada a la muerte, la política exterior española hacía de la zona que baña el Atlántico con el Mediterráneo su principal dilema. Se trata de preservar los intereses geoestratégicos de Madrid en lo que respecta a Marruecos y al Estrecho de Gibraltar; dos cuestiones de vital importancia para la diplomacia española. La primera tenía que ver con el prestigio internacional de una España frágil por los lastres del desastre del 98 y con una imagen cuestionada en las esferas europeas; mientras que la segunda conectaba directamente con el orgullo patriótico recién destrozado en Ultramar y por la inquietud que le suponía perder su poder sobre una zona de mayor importancia geoestratégica como lo es la bahía de Algeciras.