La escena es inquietante y familiar: líderes en busca de demostrar poder, discursos cargados de nacionalismo, y la palabra “nuclear” resonando nuevamente con la misma mezcla de fascinación y temor que en los días más fríos de la Guerra Fría. Las declaraciones recientes de Donald Trump y Vladimir Putin han hecho que la comunidad internacional contenga la respiración. ¿Estamos presenciando el preludio de una nueva carrera armamentista?
Entre el músculo y la retórica
El anuncio de Trump sobre la reanudación de los ensayos nucleares estadounidenses, suspendidos desde 1992, no vino acompañado de coordenadas ni plazos claros. Solo una frase lanzada en su red social favorita: “El proceso comienza de inmediato”. Que esto ocurra en medio de un cierre administrativo en Washington no parece importar; el gesto político es lo esencial. Horas después, su vicepresidente, J.D. Vance, reforzó la narrativa: “Probar es garantizar que nuestro arsenal funcione correctamente”.
El mensaje implícito: mostrar fuerza, especialmente frente a China, tercer gigante atómico, antes de reunirse con Xi Jinping.
Moscú, por su parte, tampoco quiso quedarse callado. Putin celebró en los últimos días varios éxitos tecnológicos: un misil de crucero con propulsión nuclear y un dron submarino capaz de portar ojivas atómicas. La respuesta del Kremlin, sin embargo, trató de enfriar la euforia: no se trataría de “ensayos nucleares”, sino de pruebas convencionales dentro de la renovación defensiva rusa. Traducido al lenguaje político: demostración controlada de poder con margen de ambigüedad.
El eco de los años 80
Lo que algunos analistas ya llaman el “renacimiento atómico” no consiste tanto en nuevos proyectos, sino en viejas pulsiones. El general francés Dominique Trinquand lo describe como “un juego de exhibicionismo político”: un duelo de hombres fuertes más que una auténtica escalada militar. En otras palabras, la bomba como símbolo de virilidad geoestratégica.
Sin embargo, cada gesto tiene consecuencias. En un mundo saturado de crisis —desde Ucrania hasta Taiwán— las insinuaciones energéticas de las potencias nucleares multiplican el riesgo de errores de cálculo. Naciones Unidas ha recordado, con la sobriedad que permite la diplomacia, que “los ensayos nucleares no deben permitirse bajo ninguna circunstancia”. La advertencia suena como una súplica más que como una norma.
Disuasión: la paradoja que mantiene la paz
Desde 1945, la humanidad vive bajo una suerte de pacto tácito: la aniquilación mutua como escudo de estabilidad. Ninguna potencia se atreve a usar el arma nuclear porque sabe que el golpe sería recíproco. Esa lógica helada —la disuasión— sigue operando. Trinquand lo resume con pragmatismo: “Nadie jugaría con fuego sabiendo que la reacción sería inmediata”.
Pero la disuasión solo funciona si el discurso político es racional. Y cuando las declaraciones se transforman en provocaciones o en gestos para consumo interno, el equilibrio se tambalea. La línea entre la teatralidad y la amenaza puede ser extremadamente delgada.
Entre sombras y destellos
Ni Washington ni Moscú admitirán públicamente que buscan reabrir la carrera nuclear. Ambos aseguran lo contrario. Sin embargo, sus movimientos evidencian que la tentación de dominar el relato atómico —aunque sea por orgullo o protagonismo mediático— sigue viva.
Ochenta años después de Hiroshima, el átomo no ha perdido su doble rostro: objeto de miedo y de fascinación, de poder y de fragilidad. Lo que podría salvarnos, paradójicamente, es lo mismo que nos amenaza: el miedo a perderlo todo en una fracción de segundo.
El tablero nuclear, como los viejos jugadores, nunca se jubiló del todo; simplemente estaba esperando la próxima partida.
Mohamed BAHIA
31/10/2025









