En un gesto que reaviva los ecos más tensos de la Guerra Fría, el presidente estadounidense Donald Trump anunció este jueves que ordenará la reanudación de los ensayos nucleares de su país, suspendidos desde hace más de tres décadas. La declaración, breve pero de enorme impacto político, llega apenas horas después de que Vladimir Putin celebrara nuevas pruebas de armamento atómico ruso, alimentando la sensación de que el reloj estratégico del mundo vuelve a girar hacia el peligro.
El anuncio de Trump tuvo el dramatismo calculado de quien domina los tiempos mediáticos. Fue publicado en su plataforma Truth Social minutos antes de despegar en el Air Force One rumbo a Busan, donde lo esperaba su homólogo chino, Xi Jinping. “Debemos igualar el terreno frente a los programas de otros países”, escribió el presidente estadounidense, prometiendo que el proceso arrancará “de inmediato”.
Detrás de esa frase se esconde mucho más que una decisión técnica. El gesto pretende recuperar terreno simbólico frente a Moscú, que en los últimos meses ha hecho alarde de su renovado músculo militar. Putin presumió recientemente de las capacidades del misil de crucero Burevestnik, de propulsión nuclear y alcance prácticamente ilimitado, y del dron submarino Poseidón, capaz —según el Kremlin— de evadir cualquier defensa conocida. Para Trump, ambos anuncios constituyen un desafío directo a la supremacía nuclear estadounidense y, de paso, una humillación diplomática.
Los laboratorios del Departamento de Energía y el Pentágono, que durante décadas mantuvieron latente su infraestructura de pruebas, recibirán ahora la orden de volver al terreno experimental. Si se concreta, la medida rompería de facto el consenso tácito que ha imperado desde 1992, cuando Estados Unidos puso fin a las detonaciones subterráneas y se comprometió al marco del Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares (aunque nunca lo ratificó formalmente).
El contexto no podría ser más delicado. Las relaciones entre Washington y Moscú atraviesan una de sus etapas más frías desde los años ochenta, mientras los intentos de mediar en la guerra de Ucrania —que supera ya los tres años y medio— se estancan en promesas incumplidas. Trump, que buscaba reactivar su imagen de negociador global, parece haber optado por el lenguaje de la intimidación: el rugido del átomo.
De acuerdo con el Instituto SIPRI, Rusia mantiene alrededor de 5.489 ojivas nucleares frente a las 5.177 estadounidenses y las 600 de China. La competencia no se mide solo en números, sino en velocidad tecnológica y capacidad de disuasión. En ese tablero, cada anuncio se convierte en una partida de ajedrez de consecuencias imprevisibles.
Durante su encuentro en Corea del Sur, Trump evitó cualquier comentario adicional, limitándose a posar ante las cámaras antes de su reunión con Xi Jinping. Pero los analistas en Washington ya anticipan el nuevo escenario que dibuja este giro estratégico: una era de diplomacia armada, donde los acuerdos se negocian bajo la sombra de la amenaza nuclear.
Treinta años después de haber guardado silencio bajo tierra, las armas atómicas vuelven a reclamar protagonismo en la política internacional. Y con cada tuit presidencial, el horizonte se aleja unos milímetros más del desarme y se acerca, peligrosamente, a la nostalgia del miedo.
30/10/2025









