Lo que debía ser el gran ajuste de cuentas político del año terminó convertido en un duelo dialéctico con tintes teatrales. La comparecencia de Pedro Sánchez en la comisión del Senado por el caso Koldo no disipó las sombras sobre el PSOE, pero sí estableció una nueva categoría de resistencia política: la del dirigente que sale de un interrogatorio “encantado de haber venido”.
Desde el primer minuto, la sesión tomó el pulso de un combate cuerpo a cuerpo. El Partido Popular intentó lo imposible: descolocar a un presidente que no sólo sabía lo que iba a ocurrir, sino que tenía preparada cada réplica, cada guiño, cada giro escénico. Lo que se preveía un paredón acabó pareciendo un “late night” con momentos de sarcasmo, indignación y hasta humor involuntario.
El interrogatorio imposible
El intento del PP por acorralar al presidente con preguntas sobre los pagos en efectivo, la herencia política de Ábalos y las viejas amistades del “Peugeot de las primarias” se topó con un Sánchez blindado. Reconoció haber recibido pagos en metálico menores a 1.000 euros, “cantidades anecdóticas”, defendiendo su legalidad mientras aprovechaba los turnos para lanzar andanadas a la oposición.
Los senadores populares, liderados por Alejo Miranda de Larra, intentaron imponer el formato judicial —preguntas con respuestas de “sí o no”—, pero Sánchez optó por la estrategia del desgaste: respuestas largas, explicaciones políticas y una sonrisa cortés que a ratos enfurecía a sus interlocutores.
El momento más tenso llegó cuando se tocaron asuntos personales: las grabaciones del escándalo Ábalos, los supuestos negocios de su suegro o los bulos sobre su esposa, Begoña Gómez. Sánchez, más político que esposo ofendido, aprovechó incluso esos ataques para armar su narrativa de víctima de “la máquina del fango”, con la ultra derecha y ciertos medios como antagonistas.
El presidente, más cómodo que acusado
A medida que avanzaban las horas, el tono de Sánchez mutó. El acusado se transformó en maestro de ceremonias. La rigidez del interrogatorio derivó en una escena casi esperpéntica: senadores encolerizados, reproches cruzados y un presidente que, con gafas puestas y retiradas a cada momento, parecía disfrutar de la oratoria como quien reinterpreta su propio papel en un guion ya ensayado.
Donde otros se atrincheran, él improvisa titulares. Cuando le dijeron “Esto es un circo”, respondió irónicamente: “Encantado de estar aquí, por cómo ha ido todo”. La sesión, que debía erosionar su figura, acabó reforzando su imagen ante los suyos como un político con aguante de hierro.
El socialismo salió del trance sin nuevas heridas visibles, y el PP, pese a su ofensiva, terminó pareciendo más frustrado que vencedor. El senador Miranda, exasperado, resumió la impotencia de su bancada con un “diga alguna verdad”, al borde del colapso retórico.
Un tablero político revuelto, pero sin jaque
La Moncloa había preparado la comparecencia como quien ensaya una batalla con mapa y brújula. Sánchez, armado con montones de documentos, manejó los tiempos mejor que los propios senadores. Y aunque no ofreció revelaciones sobre la trama Koldo, sí impuso su relato: la corrupción está en la otra acera, el PSOE coopera con la justicia, y el presidente resiste como símbolo del Estado frente al ruido.
Los socios del Gobierno —excepto Junts, que hizo su propio gesto de ruptura— salieron a respaldarlo. Los populares, por su parte, quedaron con la sensación de haber picado piedra sin encontrar veta.
El resultado no borra los dilemas judiciales que acechan al entorno socialista, pero sí deja una certeza política: Pedro Sánchez ha convertido el barro en escenario, y mientras la oposición intenta mancharle, él parece disfrutar del papel de actor principal de su propio proceso.
La comisión volverá a reunirse, quizás. Pero, después de esta sesión, los estrategas del PP tendrán que decidir si quieren repetir un formato que, en vez de cercar al presidente, terminó coronándolo protagonista de su mejor defensa: desarmar la solemnidad con una sonrisa.
30/10/2025









