En el tablero del norte de África, la cuestión del Sáhara no es solo una disputa territorial, sino una piedra angular de la arquitectura de poder, influencia y estabilidad regional. Cada vez que el Consejo de Seguridad se prepara a votar sobre la renovación del mandato de la MINURSO, el aire diplomático en Nueva York se vuelve irrespirable y el Magreb entero contiene el aliento. Sin embargo, más allá de los discursos y los vetos, emerge una realidad inevitable: la región necesita un equilibrio duradero, no un pulso perpetuo.
El plan de autonomía: pragmatismo con vocación de estabilidad
La propuesta marroquí de autonomía para el Sahara —con reconocimiento de símbolos, instituciones locales y participación económica, pero sin romper la soberanía del Reino— ha ido ganando adeptos en la comunidad internacional no solo por su consistencia jurídica, sino sobre todo por su carácter pragmático.
A diferencia de otras fórmulas maximalistas, la autonomía permite conjugar dos principios aparentemente opuestos: la integridad territorial (piedra angular de la estabilidad estatal) y la libre gestión local (demanda central de la población saharaui). Lo que en otro contexto parecería un compromiso imperfecto, en el Magreb se perfila como la única salida viable que evita tanto el inmovilismo como la fractura.
Más aún, este modelo encaja con las nuevas realidades geopolíticas africanas: descentralizar sin desmembrar, integrar sin asimilar. Desde una óptica estratégica, “autonomía” no es concesión, sino prevención. Prevención frente al riesgo de un vacío institucional que el extremismo o el crimen transfronterizo podrían explotar —algo que ni Rabat ni Argel quieren en su vecindad inmediata.
La posición argelina: custodiar principios, pero repensar los medios
Argelia, heredera de una tradición diplomática de independencia y defensora del principio de autodeterminación, mantiene una postura que merece respeto y comprensión. Sin embargo, en el mundo actual, la autodeterminación no siempre significa independencia; puede también expresarse en fórmulas graduales de autonomía y autogobierno, bajo garantías internacionales.
Argel podría, sin renunciar a su rol histórico, transformarse en mediadora real de un acuerdo que consagre derechos políticos y económicos a la población saharaui dentro de un marco de soberanía marroquí reconocida, con participación supervisada por la ONU o la Unión Africana. Esto le permitiría preservar su prestigio diplomático y mostrarse como potencia constructiva, no reactiva. Ser garante, más que opositor, del futuro saharaui reforzaría su legitimidad continental.
Una salida compartida: economía, confianza y seguridad
Cualquier solución sostenible debe trascender la lógica de la cartografía. Marruecos y Argelia podrían iniciar un proceso paralelo, económico y humano, que recupere la confianza perdida. La reapertura gradual de fronteras, la creación de una zona económica magrebí y la cooperación energética —con el Sahara como puente, no como foso— serían motores más eficaces de reconciliación que los comunicados diplomáticos.
El Magreb unido tiene un potencial económico inmenso: desde el gas argelino hasta los proyectos verdes y tecnológicos de Marruecos, la complementariedad es evidente. Convertir la región en un corredor del Mediterráneo al Sahel, con el Sahara autónomo como nodo de desarrollo, podría transformar un conflicto de soberanía en un programa de prosperidad.
Del conflicto a la corresponsabilidad
El plan de autonomía, si se aplica con garantías políticas reales y transparencia económica, puede ofrecer una salida honorable y práctica. Marruecos afirmaría su integridad territorial dentro de un marco inclusivo; Argelia preservaría su coherencia doctrinal y ampliaría su prestigio como garante de estabilidad.
En definitiva, el futuro del Magreb no pasa por una victoria diplomática, sino por una reconciliación inteligente. La autonomía, bien entendida, puede ser la fórmula que permita a ambos Estados mirar el mismo desierto y ver, esta vez, una promesa compartida.
Porque en el fondo, Marruecos y Argelia no necesitan un nuevo tratado: necesitan una nueva visión; y esa visión, más que política, es estratégica, económica y, sobre todo, magrebí.
Mohamed BAHIA
30/10/2025









