En los últimos meses, un nuevo episodio ha agitado el delicado equilibrio agrícola del Mediterráneo. Los productores y exportadores marroquíes de tomate denuncian una campaña mediática “sin base científica” difundida en algunos países europeos. El blanco de la polémica: las exitosas y cada vez más presentes tomates marroquíes que inundan los mercados de la Unión Europea.
Detrás de los titulares alarmistas, el gremio agrícola de Marruecos, representado por la Asociación de Productores y Exportadores de Frutas y Hortalizas (APEFEL), ve una estrategia de descrédito que responde más a razones económicas que sanitarias. Según la organización, ciertos medios europeos cuestionan la salubridad de los productos marroquíes pese a la falta de pruebas concretas.
Las cifras oficiales parecen jugar a favor de Rabat. Entre 2020 y 2025, de más de 5.500 notificaciones sanitarias registradas en la Unión Europea por frutas y verduras importadas, menos del 1% se vinculó con productos marroquíes. Un dato que refuerza la reputación del sistema de control del país, bajo la supervisión del ONSSA, la autoridad nacional de seguridad alimentaria reconocida por su rigor técnico y su transparencia.
No es casualidad el auge del tomate marroquí. En apenas dos años, Marruecos superó a todos los proveedores extracomunitarios y se consolidó como socio estratégico de las grandes cadenas europeas. Su fórmula de éxito combina calidad, control sanitario férreo, modernización agrícola y, sobre todo, competitividad en los costes de producción frente a Francia o España.
Y justamente ahí parece estar el epicentro del malestar. Los productores franceses se sienten acorralados por un producto que ofrece al consumidor un equilibrio difícil de batir: frescura, sabor y precio. “El tomate marroquí ha conquistado el paladar europeo”, admiten incluso algunos minoristas galos, aunque el comentario suele ir acompañado de un suspiro resignado.
La polémica alcanzó otro nivel tras la publicación de un artículo de la organización francesa UFC-Que Choisir, que insinuaba la presencia de múltiples residuos en las muestras analizadas. La APEFEL fue rápida en responder: los residuos detectados no superan los límites máximos de la legislación europea y, según los laboratorios, no suponen ningún riesgo para la salud.
Para los exportadores marroquíes, el “debate sanitario” se está utilizando como una herramienta de presión comercial enmascarada bajo el discurso de la precaución. Denuncian un clima donde la competencia agrícola se disfraza de cruzada por la seguridad alimentaria, un juego político que amenaza el principio de libre comercio dentro de los acuerdos euro-mediterráneos.
Mientras tanto, las tomateras siguen creciendo en las regiones del Sus-Masa y Dajla, bajo invernaderos que combinan innovación tecnológica y sostenibilidad. En los mercados europeos, el consumidor rara vez distingue el origen exacto de las piezas que echa en su cesta, pero el aroma del tomate marroquí viaja cada vez con más fuerza.
Y aunque algunos agricultores del norte frunzan el ceño, lo cierto es que en esta batalla por un simple fruto rojo se está decidiendo quién escribirá el próximo capítulo del comercio agrícola mediterráneo: la tradición europea o la nueva pujanza africana.
Porque, si algo está claro, es que el tomate marroquí —más que un vegetal— se ha convertido en símbolo de un país que ya no quiere jugar en la segunda división de la agricultura mundial.
28/10/2025









