La Franja de Gaza vuelve a situarse en el centro de la política internacional. Desde la entrada en vigor del alto el fuego del 10 de octubre, más de noventa palestinos han perdido la vida y más de trescientos han resultado heridos. Aun así, ese frágil acuerdo se presenta como la antesala de una nueva apuesta diplomática: la creación de una Fuerza Internacional de Estabilización (FIE) que, según sus promotores, debería garantizar el restablecimiento del orden y la reconstrucción de la zona.
El impulso proviene de Washington. El presidente Donald Trump anunció a finales de octubre que las negociaciones para estabilizar Gaza avanzan “a buen ritmo” y que una misión internacional comenzará a desplegarse “en cuestión de semanas”. La Casa Blanca pretende que esta fuerza cuente con un mandato formal de Naciones Unidas, siguiendo el modelo de las misiones robustas que combinan asistencia civil, apoyo logístico y capacidad militar de intervención.
El plan sobre el terreno
El proyecto comenzó a gestarse hace más de dos años, pero ahora se presenta con un propósito reformulado: no solo asegurar el espacio dejado por las tropas israelíes, sino también proceder al desarme del movimiento Hamas. Para Israel, ese punto es innegociable; para Washington, una oportunidad de mostrar liderazgo en una región desgastada por décadas de conflicto.
Francia y el Reino Unido trabajan, junto a Estados Unidos, en un borrador de resolución que otorgaría legitimidad a esta fuerza, que estaría comandada por Egipto. Bruselas y Washington, por su parte, descartan enviar soldados al terreno, aunque ambos han desplegado asesores en un centro de coordinación militar instalado a unos treinta kilómetros de la Franja.
Quién podría participar
Algunos países árabes y musulmanes —entre ellos Qatar, los Emiratos Árabes Unidos, Azerbaiyán e Indonesia— han expresado su disposición a contribuir con personal o recursos. Yakarta, incluso, ofreció hasta 20 000 soldados para garantizar la seguridad en Gaza. Sin embargo, Turquía, pese a su entusiasmo, chocó frontalmente con el veto israelí: el primer ministro Benjamín Netanyahu recalcó que Israel se reserva el derecho de aceptar o no a determinadas fuerzas extranjeras.
“Sin la cooperación israelí, cualquier despliegue se convierte en un acto simbólico”, advierte la historiadora y experta en Naciones Unidas Chloé Maurel. “Israel controla el acceso, la logística y la seguridad; nada se mueve sin su consentimiento”.
Una misión con dientes
Lo que distingue a esta operación de las tradicionales misiones de paz es la amplitud de su mandato. No se trata simplemente de “vigilar un alto el fuego”, sino de intervenir activamente para restablecer el orden, formar fuerzas locales y garantizar la seguridad civil. En otras palabras, una fuerza autorizada a emplear la violencia —bajo el Capítulo VII de la Carta de la ONU— contra actores armados no estatales.
Ese carácter “activo” alimenta tanto esperanzas como temores. Para Maurel, si la misión logra estabilizar Gaza y permitir la reconstrucción institucional, podría abrirse una oportunidad inédita para fortalecer las instituciones palestinas. Pero el riesgo inverso es igualmente alto: que la FIE quede atrapada en un limbo político, percibida como una ocupación disfrazada, sin avanzar hacia un Estado palestino viable.
Reticencias y riesgos políticos
El dilema es especialmente agudo para los países árabes. “Ninguno quiere aparecer haciendo el trabajo sucio de Israel”, resume el analista Ghaith al‑Omari, del Washington Institute. Solo un mandato del Consejo de Seguridad y una invitación explícita palestina podrían otorgarles cobertura política. De lo contrario, participar podría convertirse en una carga diplomática inmensa, susceptible de encender las calles árabes.
Un respiro incierto
Mientras tanto, el alto el fuego apenas mantiene a Gaza en pie. Las condiciones humanitarias siguen siendo catastróficas: hambre, falta de agua, hospitales saturados. La ayuda internacional entra a cuentagotas, y los convoyes apenas pueden cruzar los puntos de control israelíes.
La fuerza internacional, si llega a desplegarse, podría representar el inicio de una nueva etapa: la “re-internacionalización” del conflicto y una inyección de presencia multilateral que devuelva algo de esperanza a una población exhausta. Pero las misiones de estabilización no sustituyen a la política, y en Gaza nada indica que la paz haya encontrado aún su proyecto.
En otras palabras, el futuro inmediato dependerá menos de los uniformes azules que del consenso —todavía ausente— entre los protagonistas de un drama que el mundo observa con cansancio, pero también con una tenue chispa de expectativa.
28/10/2025









