La marea ultraliberal de Javier Milei acaba de recibir su confirmación en las urnas. Las elecciones legislativas de medio término en Argentina se convirtieron, más que en un ejercicio democrático rutinario, en un referéndum sobre su estilo político y su cruzada económica. Con un 40 % de los votos a nivel nacional y triunfos en dos tercios de las provincias —incluida la siempre esquiva Buenos Aires—, el presidente logró una victoria que refuerza su relato de “revolución libertaria” y lo deja mejor posicionado para gobernar sin freno hasta 2027.
El partido oficialista, La Libertad Avanza, triplicará prácticamente su representación en el Congreso. Si bien no alcanza mayoría absoluta, el bloque tendrá peso suficiente para condicionar cualquier agenda y, sobre todo, para blindar los decretos presidenciales que Milei usa con gusto quirúrgico. En términos políticos, el presidente ha conseguido algo más valioso que números: convertir la austeridad en narrativa nacional, una hazaña en un país donde las calles suelen llenarse antes que las arcas del Estado.
La economía como cruzada ideológica
Milei presentó la victoria como “una ratificación del mandato de 2023”, y con tono triunfal prometió avanzar en las reformas estructurales que, según él, devolverán a Argentina su “grandeza perdida”: desregulación laboral, rediseño impositivo y una poda drástica del gasto público. No obstante, sin mayoría parlamentaria, deberá negociar—una palabra que el economista libertario pronuncia con visible resignación—con sectores del peronismo moderado y con gobernadores provinciales que no comparten su credo pero sí su fatiga ante el desorden fiscal crónico.
La jornada electoral se desarrolló bajo el telón de fondo de una economía exhausta: inflación persistente, inversión retraída y un peso que tiembla ante cada titular político. Paradójicamente, fue justamente esa fragilidad la que amplificó el mensaje presidencial: “la cirugía es dolorosa, pero necesaria”. Contra todo pronóstico, la narrativa del sacrificio resonó en buena parte del electorado, en especial entre jóvenes profesionales y empresarios de provincias agrícolas, hartos de décadas de vaivenes y subsidios.
La bendición del norte y la mirada del mercado
No tardó en llegar la felicitación de su aliado estadounidense. Donald Trump, desde su plataforma Truth Social, lo ovacionó como “un campeón del cambio”. El gesto tiene una carga simbólica potente: Washington observa con atención el experimento argentino, tan audaz como incierto, en un continente donde los discursos antiestatistas rara vez sobreviven al primer ajuste.
Mientras tanto, los mercados dieron su propio veredicto. El dólar paralelo retrocedió ligeramente tras el anuncio de los resultados, una pausa que quizás refleje esperanza más que convicción. Los analistas coinciden en que Milei enfrentará su verdadero examen en los próximos seis meses: transformar el impulso electoral en gobernabilidad y, eventualmente, en resultados económicos tangibles.
Un laboratorio político a cielo abierto
Argentina, laboratorio de crisis y resurrecciones, vuelve a ensayar un modelo único: un presidente que predica la demolición del Estado desde el propio Estado y que celebra su éxito en nombre del esfuerzo individual. En el país de las paradojas, esa fórmula —mitad fe y mitad furia— ha vuelto a ganar.
Por ahora, Milei tiene lo que quería: validación política, proyección regional y un Congreso menos hostil. Su desafío será mantener el entusiasmo en una sociedad que aplaude los discursos de ruptura, pero que a la hora de pagar el precio de la libertad económica, suele mirar primero el saldo en la heladera.
27/10/2025









