La Asamblea Nacional francesa reabre esta semana su ritual presupuestario con una tensión que recuerda a los viejos tiempos del socialismo fiscal: el deseo de gravar a los súper ricos. Pero, en lugar de la contundente “tasa Zucman” original —ese impuesto del 2 % sobre patrimonios superiores a 100 millones de euros, inspirado en el economista francés Gabriel Zucman—, los socialistas llegan a la cita con una versión suavizada, batida con prudencia y servida en vaso “light”.
El recorte no es menor. La nueva fórmula deja fuera a las empresas familiares y aquellas calificadas de “innovadoras”, lo que reduce potencialmente la recaudación a unos cinco o siete mil millones de euros por año. Una cifra respetable, pero lejos del impacto estructural que soñaban los sectores más igualitaristas. Dentro de la mayoría presidencial, las reacciones van desde el escepticismo hasta el rechazo frontal. Para algunos, cualquier impuesto que toque los “bienes profesionales” sigue siendo anatema.
En los pasillos del Parlamento, la ministra de Cuentas Públicas, Amélie de Montchalin, mantiene la sonrisa protocolaria mientras gana tiempo: el debate formal llegará a través del artículo 3 de la ley de finanzas. Traducido del lenguaje político, eso significa: “esperemos a ver quién se atreve primero a romper el silencio”.
La ironía, sin embargo, viene desde la izquierda. En los sectores ecologistas y entre los Insumisos, muchos ven el giro socialista como una rendición elegante: una “Zucman homeopática”, dicen, que promete grandes efectos con dosis tan pequeñas que ni los magnates más perspicaces sentirían el pinchazo del fisco. La crítica es mordaz: cuanto más condiciones tenga la tasa, más fácil será para los multimillonarios esquivar sus efectos con empresas pantalla, holdings familiares y ejércitos de asesores fiscales.
El Partido Socialista, que intenta conjugar su identidad histórica con su papel reducido en el tablero político, confía en que la simbología de la justicia fiscal pese más que el balance económico. Si la tasa Zucman “light” no recauda mucho, al menos recuerda que todavía hay quienes creen que la fiscalidad puede ser una herramienta moral, no solo contable.
En Francia, donde el término “impuesto” es simultáneamente anatema y bandera, esta nueva versión tiene un aire de laboratorio político: medir cuánta redistribución soporta una sociedad que exige igualdad… pero sin demasiada incomodidad. Un experimento digno, claro está, de seguir con una buena taza de café y una calculadora a mano.
27/10/2025









