En un gesto que busca reafirmar la cohesión occidental y aumentar la presión económica sobre Moscú, la Unión Europea y Estados Unidos han anunciado de manera casi simultánea un nuevo paquete coordinado de sanciones contra Rusia. Las medidas, que se presentan como una respuesta directa a la intensificación de los ataques rusos en Ucrania y a la falta de voluntad del Kremlin para negociar la paz, marcan un intento renovado, y desesperado, según algunos analistas, de forzar un cambio en la estrategia de Vladímir Putin, líder ruso, quien continúa mostrando una firmeza que pone en duda la eficacia de la presión occidental.
La UE ha aprobado su 19º paquete de sanciones, que incluye un veto progresivo al gas natural licuado (GNL) ruso, la inclusión de 117 nuevos buques de la “flota fantasma” en su lista negra y restricciones al movimiento de diplomáticos rusos dentro del espacio Schengen. A partir de abril se prohibirán los contratos de corto plazo y desde enero de 2027 los de largo plazo, lo que busca cortar gradualmente una de las fuentes clave de ingresos energéticos de Moscú. En total, 558 barcos rusos ya han sido sancionados por su papel en operaciones que eluden los límites de precios del petróleo.
El nuevo paquete también amplía las restricciones financieras: cinco bancos rusos adicionales quedan excluidos del sistema europeo de pagos, se intensifica la prohibición de transacciones con criptomonedas y se sancionan 45 empresas acusadas de ayudar a Rusia a esquivar el embargo, entre ellas doce chinas, tres indias y dos tailandesas. Además, por primera vez, Bruselas podrá limitar la circulación de diplomáticos rusos, obligándolos a notificar con antelación sus desplazamientos dentro de la UE. Este mecanismo, inédito hasta ahora, pretende frenar lo que Bruselas considera “actividades de manipulación informativa” impulsadas por funcionarios rusos.
En paralelo, Estados Unidos ha impuesto nuevas sanciones contra las dos principales petroleras de Rusia, Rosneft y Lukoil, que juntas representan casi la mitad de la producción total de crudo ruso y cerca del 6% del suministro mundial. Según el secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, las medidas buscan “detener la maquinaria de guerra rusa” ante la “negativa de Putin a poner fin a esta guerra sin sentido”. El presidente Donald Trump calificó el paquete como “tremendo” y expresó su deseo de que las sanciones puedan levantarse “rápidamente, si Rusia demuestra voluntad real de paz”.
Las sanciones estadounidenses y europeas llegan en un momento de aparente descoordinación política entre las dos orillas del Atlántico, después de que Trump cancelara una reunión prevista con Putin en Budapest. No obstante, el endurecimiento conjunto de las medidas ha sido interpretado como un esfuerzo de mostrar unidad y firmeza frente a un Kremlin que no parece dispuesto a ceder. “Hay que presionar, y eso es justo lo que ha hecho hoy”, afirmó el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, en una rueda de prensa junto al mandatario estadounidense.
Estas sanciones se suman a las múltiples rondas de castigos económicos impuestas desde el inicio de la invasión de Ucrania en febrero de 2022. Desde entonces, la UE y sus aliados han limitado las exportaciones tecnológicas hacia Rusia, congelado los activos de bancos y oligarcas, restringido el comercio de oro, diamantes y productos industriales, y cortado progresivamente la dependencia energética europea del gas ruso. No obstante, pese a los intentos por asfixiar su economía, Rusia ha demostrado una notable capacidad de adaptación, reorientando sus exportaciones hacia Asia y utilizando redes paralelas para mantener su flujo comercial.
De hecho, los nuevos vetos al petróleo y al GNL coinciden con señales de resiliencia económica en Rusia, cuyo PIB ha crecido impulsado por la industria militar y los ingresos energéticos procedentes de China, India y Turquía. Putin, que ha convertido la autarquía en discurso nacional, ha sabido administrar una economía de guerra que combina control estatal, sustitución de importaciones y pragmatismo diplomático. Su red de aliados no occidentales, que van desde Pekín hasta Teherán, ha amortiguado el impacto de las sanciones y debilitado la efectividad de la presión europea y estadounidense.
Pese a ello, los líderes occidentales insisten en que las sanciones son esenciales para “erosionar la capacidad de Rusia de financiar la guerra”. El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, agradeció las nuevas medidas, pero pidió “aumentar la presión sobre Putin” y mantener la ayuda militar y económica a Kiev. En sus palabras: “Rusia no demuestra que quiera parar esta guerra. Cada día que pasa sin sanciones más duras significa más vidas perdidas”.
Así, estamos ahora ante una nueva fase de la guerra económica entre Moscú y Occidente. La UE y Estados Unidos redoblan su ofensiva financiera como mensaje de unidad y de resistencia, intentando proyectar fuerza ante un adversario que no se inmuta. Habrá que esperar y ver si esta vez la estrategia basada en sanciones económicas podrá quebrantar la determinación de un líder ruso que ha convertido el aislamiento en instrumento de poder y el desgaste en su principal arma geopolítica sin necesidad de negociación y mucho menos de plantear la posibilidad de renunciar a su ofensiva en Ucrania.
María Angélica Carvajal
23/10/2025