Nunca antes la capital marroquí había latido con tanto orgullo. Desde las avenidas principales hasta las plazas históricas, Rabat se convirtió en un inmenso escenario de júbilo colectivo para recibir a los campeones del mundo sub-20, los jóvenes “Leones del Atlas” que conquistaron en Chile la primera Copa Mundial Juvenil de la historia del fútbol marroquí y árabe.
Por instrucción directa del rey Mohammed VI, el príncipe heredero Moulay El Hassan presidió en el Palacio Real una ceremonia cargada de simbolismo. Allí, entre sonrisas, apretones de mano y la sobria elegancia de la familia real, se rindió homenaje a los jugadores, al cuerpo técnico liderado por Mohamed Ouahbi y al presidente de la Federación, Fouzi Lekjaa. Un retrato colectivo —ya icónico— inmortalizó el encuentro. Luego, un té de honor selló la jornada con la distinción propia de los grandes momentos de Estado.
Sin embargo, la otra cara del homenaje se desplegaba simultáneamente en las calles: una marea de banderas, cánticos y lágrimas de felicidad. Los ciudadanos convirtieron la llegada del equipo en una auténtica fiesta nacional. Desde los barrios antiguos hasta los nuevos bulevares, miles de voces coreaban los nombres de los jóvenes campeones que izaron la bandera roja con la estrella verde en lo más alto del fútbol mundial.
El festejo, más allá del legítimo entusiasmo popular, encarna el resultado tangible de una política deportiva de largo aliento. Desde hace años, el monarca ha impulsado la profesionalización y modernización del deporte, con especial énfasis en la formación juvenil. La Academia Mohammed VI de Fútbol, germen de esta generación dorada, es el ejemplo más evidente de una apuesta estructural por el talento nacional: disciplina, ciencia deportiva, infraestructura de nivel internacional y una visión estratégica que trasciende el terreno de juego.
El triunfo de este equipo sub-20 no es, por tanto, un episodio aislado, sino la cristalización de una filosofía. Representa el vigor de una juventud decidida a competir de igual a igual con las potencias tradicionales, sostenida por un Estado que entiende el deporte como motor de cohesión, identidad y proyección internacional.
Rabat vibró porque supo que celebraba algo más que un trofeo: celebraba su propio futuro. En los rostros de esos jóvenes —mezcla de humildad y determinación— los marroquíes vieron un espejo de esperanza. Y mientras las luces de la noche capitalina se reflejaban en el trofeo dorado, quedó en el aire una certeza: el sueño marroquí ya no mira desde la distancia, camina, corre y anota goleadas con el sello del porvenir.
22/10/2025