En el corazón de la diplomacia europea, en un foro que hasta hace poco parecía reservado a las potencias nórdicas y occidentales, Marruecos ha lanzado una calculada y ambiciosa ofensiva. No se trata de armamento ni de pactos comerciales tradicionales, sino de una idea: la diplomacia feminista. La intervención del Ministro de Asuntos Exteriores, Nasser Bourita, en la 4ª Conferencia de Diplomacias Feministas en París no fue un mero discurso protocolario; fue la presentación meticulosamente articulada de una estrategia que busca redefinir la imagen de Marruecos en el escenario mundial y proponer un modelo de modernidad anclado en la igualdad de género.
El armazón de este discurso se sostiene sobre un pilar fundamental: la visión del rey Mohammed VI. Bourita lo enmarcó como una «marcha irreversible» de 25 años, un proceso sostenido de reformas constitucionales y legislativas que, según él, ha logrado «cambiar el espíritu de una generación». Lejos de ser una adaptación cosmética a las tendencias globales, Marruecos presenta su compromiso como una transformación interna, profunda y soberana, que ahora, de forma natural, se proyecta hacia el exterior.
De la política interna a la acción exterior: los pilares de una diplomacia con rostro de mujer
Pero, ¿cómo se materializa esta diplomacia feminista «a la marroquí»? Bourita desgranó una serie de ejes que van más allá de la simple retórica.
El primero, y más contundente, es el de la paz y la seguridad. Al adherirse a la Resolución 1325 de la ONU, Marruecos no solo cumple con un estándar internacional. Lo dota de contenido con acciones concretas: la formación de mediadoras «de terreno» capaces de desactivar conflictos comunitarios, el aumento —aún modesto pero simbólico— de mujeres en sus contingentes de Cascos Azules, y la capacitación de observadoras electorales africanas. Es una apuesta por un enfoque donde la paz no solo se firma en salones de lujo, sino que se construye desde la base, con un «rostro humano».
Un segundo pilar, singular y estratégico, es la esfera religiosa. La mención a las morchidates —predicadoras formadas en Marruecos— es clave. En un mundo donde el extremismo violento a menudo instrumentaliza una visión patriarcal de la religión, Rabat posiciona a las mujeres como vectores de un Islam moderado y como baluartes contra la radicalización. Es una herramienta de soft power de inmenso potencial.
Finalmente, la diplomacia feminista marroquí se manifiesta en su política migratoria y su activismo multilateral. Al destacar que las campañas de regularización beneficiaron masivamente a mujeres, ofreciéndoles «protección y dignidad», Bourita presenta una cara humanista que contrasta con las narrativas de exclusión que dominan en otras latitudes. En paralelo, al impulsar en Ginebra una resolución sobre «Mujeres, diplomacia y Derechos Humanos», Marruecos pasa de ser un mero participante a un actor que busca moldear las reglas del juego internacional.
Pragmatismo frente a ideología: el argumento de la eficacia
Quizás la parte más persuasiva del argumento marroquí reside en su pragmatismo. Bourita no se limitó a defender la igualdad como un imperativo moral; la presentó como un motor de eficacia colectiva. Recurriendo a datos del Banco Mundial y otros estudios, tejió una correlación directa entre la inclusión femenina y resultados tangibles: los acuerdos de paz son un 35% más duraderos, el PIB mundial podría crecer un 20%, las sociedades son menos propensas al extremismo y se podrían reducir significativamente las emisiones de gases de efecto invernadero.
El mensaje es claro: la igualdad no es un lujo para tiempos de bonanza, sino una condición indispensable para la prosperidad, la seguridad y la sostenibilidad.
Predicar con el ejemplo: la transformación interna del aparato diplomático
Para evitar que el discurso sonara a una mera declaración de intenciones de cara al exterior, el Ministro expuso cifras concretas sobre su propia casa. El Ministerio de Asuntos Exteriores marroquí, según los datos, ha experimentado una silenciosa revolución. Hoy, las mujeres ocupan el 43% de los puestos, dirigen el 47% de los cargos de responsabilidad central y encabezan casi un tercio de las misiones diplomáticas y consulares, incluyendo embajadas estratégicas. El salto es notable: de un 4% de embajadoras en 2004 a un 21% en 2024. Bourita fue tajante al afirmar que no se trata de «reparar por favor» o cumplir cuotas, sino de «rendir justicia por exigencia».
Un mensaje al Norte Global
La intervención concluyó con una reflexión de calado geopolítico. «Si su concepto nació en el Norte, la diplomacia feminista no es su propiedad», sentenció Bourita. Es una sutil pero firme reivindicación de la universalidad del concepto, un llamado a que el movimiento se enriquezca con la «pluralidad de experiencias y trayectorias». Marruecos se postula así no como un alumno que aplica una lección aprendida, sino como un socio que aporta su propia vivencia. La propuesta final lo resume todo: la diplomacia feminista «no es un modelo a exportar, sino una experiencia a compartir».
En definitiva, la comparecencia de Marruecos en París fue mucho más que un informe de progresos. Fue el despliegue de una narrativa poderosa: la de una nación africana y árabe que, partiendo de su propia identidad y bajo impulso monárquico, se erige en protagonista de un debate global, utilizando la igualdad de género no solo como un fin en sí mismo, sino como la herramienta más inteligente de su diplomacia del siglo XXI. El mundo, y especialmente sus vecinos, tomarán nota.
22/10/2025