En un giro que podría reconfigurar el tablero político del Magreb, el enviado especial de Estados Unidos para Oriente Medio, Steve Witkoff, ha asegurado que su equipo trabaja intensamente para lograr un acercamiento entre Rabat y Argel, con la meta de firmar un acuerdo de paz en apenas sesenta días.
El anuncio, transmitido por la cadena CBS News, encendió el debate diplomático internacional: por primera vez en años se vislumbra la posibilidad de reabrir un diálogo entre los dos países del Magreb, distanciados desde 2021 y enfrentados por diferencias históricas, en particular por el conflicto del Sáhara.
La apuesta de Washington
La implicación de Witkoff, respaldado por el asesor Jared Kushner, sugiere una nueva ofensiva de la diplomacia estadounidense para reforzar su papel de mediador global. Ambos confían en que su reputación como “constructores de puentes” pueda trasladarse con éxito a un contexto magrebí marcado por décadas de desconfianza.
Las declaraciones de Witkoff han sido interpretadas en varios círculos diplomáticos como un intento de Washington por retomar una presencia más activa en el norte de África, una región donde el peso de otras potencias —como Francia y China— ha crecido notablemente en los últimos años.
Rabat insiste en el «diálogo de los corazones»
Desde Rabat, el rey Mohammed VI ha reiterado su disposición a un “diálogo fraternal y sincero” con Argelia, insistiendo en la necesidad de reconciliar las sociedades antes que las instituciones. Esta postura, mantenida con coherencia pese al prolongado silencio argelino, refuerza la imagen del monarca como actor pragmático y conciliador, decidido a preservar la unidad del Magreb.
Fuentes diplomáticas consultadas subrayan que el Reino marroquí ha mantenido su política de gestos de buena voluntad: apertura a la cooperación, llamados al entendimiento y disposición para retomar canales de comunicación directos con su vecino oriental.
Vientos favorables en el contexto internacional
El actual clima global parece ofrecer un contexto propicio. Grandes potencias occidentales coinciden cada vez más en que una distensión magrebí podría contribuir a la seguridad energética y a la estabilidad del Sahel. A medida que crece el consenso internacional sobre la vía pacífica, Marruecos se fortalece como socio estratégico en un contexto donde la estabilidad fronteriza vale tanto como el gas o los fosfatos.
Una eventual reconciliación marroquí-argelina no solo aliviaría tensiones políticas y militares, sino que también revitalizaría los proyectos regionales bloqueados —desde la Unión del Magreb Árabe hasta las rutas comerciales transaharianas—, hoy letárgicos por la falta de coordinación interestatal.
Más que un gesto diplomático
Si las conversaciones avanzan en el plazo optimista de Witkoff, el Magreb podría estar ante el inicio de un nuevo ciclo: uno en el que las rivalidades que durante décadas sirvieron de cortina de humo a problemas internos den paso a una visión común de prosperidad compartida.
Naturalmente, el escepticismo persiste. Las heridas políticas y las memorias de desencuentro aún laten. Pero el simple hecho de que Rabat y Argel vuelvan a figurar en la misma frase bajo la palabra “paz” ya representa un cambio significativo.
Y, quién sabe, quizá dentro de dos meses, el mapa del norte de África ofrezca algo más que líneas fronterizas: un horizonte de diálogo donde hace poco solo había silencio.
20/10/2025