En el frío de la noche santiaguina, donde el fútbol sudamericano suele escribir sus epopeyas, una nueva historia ha sido grabada en letras de oro. Marruecos, con una actuación que fue un manifiesto de inteligencia táctica y coraje, se ha proclamado campeón del mundo Sub-20 al derrotar por 2-0 a una Argentina que, pese a su historia y su empuje, se encontró con un muro inexpugnable. El Estadio Nacional de Santiago no presenció una final, sino una coronación.
La gesta marroquí no es fruto del azar, sino la culminación de un plan maestro orquestado por su técnico, Mohamed Ouahbi. Lejos de dejarse intimidar por el peso de la camiseta albiceleste, el conjunto norteafricano planteó un partido de una madurez asombrosa. La primera mitad fue una declaración de intenciones: presión alta, transiciones vertiginosas y una fe inquebrantable en su libreto. La segunda, un ejercicio de resiliencia defensiva y contragolpes letales que desdibujaron por completo al combinado argentino.
Y en toda gran historia, emerge un héroe. Esta noche, ese héroe tiene un nombre: Al-Zubairi. El delantero marroquí fue el principio y el fin de Argentina. Primero, en el minuto 12, transformó una falta al borde del área —provocada por él mismo en una jugada que rozó el penalti— en un misil teledirigido a la escuadra. Un golazo que no solo abrió el marcador, sino que inyectó una dosis de confianza monumental en sus compañeros.
Argentina intentó reaccionar, fiel a su ADN competitivo, pero sus embestidas se estrellaban contra un orden defensivo impecable. Y cuando más apretaba la albiceleste, Marruecos asestó el golpe de gracia. Al filo de la media hora, una cabalgada por la derecha de Maama encontró de nuevo a Al-Zubairi, quien, con la frialdad de un veterano, definió con un solo toque para firmar el 2-0. Fue el jaque mate táctico y anímico.
La segunda parte fue un monólogo de impotencia argentina frente a la disciplina marroquí. Ouahbi ajustó sus piezas, cerró los espacios y confió en la velocidad de sus puntas para amenazar al contragolpe. Al-Zubairi incluso rozó el triplete, pero el poste le negó la gloria absoluta. No importó. El trabajo ya estaba hecho. Los «Leones del Atlas» jugaron con el reloj y el nerviosismo de su rival, demostrando que para ganar finales no solo hace falta talento, sino también una inteligencia superior.
Esta victoria no puede entenderse como un hecho aislado. Es la cima de un torneo legendario en el que Marruecos ha ejercido de «matagigantes». En su camino hacia el título, doblegaron a potencias como España y Brasil en la fase de grupos, y eliminaron a Corea del Sur, Estados Unidos y, en semifinales, a una formidable Francia. No ganaron la final; se adueñaron del torneo con una autoridad incontestable.
Mientras Marruecos borda su primera estrella mundial en la categoría, Argentina llora una oportunidad perdida y Francia se marcha con el amargo sabor del cuarto puesto, tras caer ante una meritoria Colombia en la lucha por el bronce.
Hoy, en el corazón de los Andes, el rugido del León del Atlas resuena con una fuerza sin precedentes. No es solo un título; es la confirmación de una generación dorada y un aviso para el orden establecido del fútbol mundial. Marruecos ya no es una promesa. Es una espléndida y campeona realidad.
20/10/2025