El encuentro entre los líderes, Xi Jinping y Vladímir Putin en Pekín marca un nuevo episodio en la relación entre China y Rusia, que buscan construir una alianza cada vez más fuerte en el plano energético, diplomático y estratégico. Ambos líderes han insistido en que sus vínculos han alcanzado un nivel “sin precedentes”, con acuerdos que van desde la construcción del gasoducto Fuerza de Siberia 2 hasta la exención de visados para turistas rusos, en un gesto que va más allá de la cooperación puntual y que apunta a una integración económica de largo alcance.
Ahora bien, para entender la relevancia de este acercamiento, no se puede dejar de lado el contexto internacional, con una relación cada vez más tensa entre Washington y Pekín, marcada por disputas comerciales, arancelarias y tecnológicas, lo que empuja a China ampliar su margen de maniobra en Asia, Europa y reducir su dependencia de Occidente. Rusia, por su parte, aislada de gran parte de Europa por la guerra en Ucrania y las sanciones, necesita también encontrar nuevos compradores para sus recursos energéticos y socios políticos que le permitan contrarrestar el cerco occidental.
De esta manera, proyectos como el gasoducto Fuerza de Siberia 2, que prevé suministrar 50.000 millones de metros cúbicos de gas anuales durante tres décadas, simboliza este giro estratégico en las fuerzas mundiales. Moscú reorienta hacia el Este parte de las exportaciones que antes iban a Europa, mientras Pekín garantiza acceso a recursos energéticos a menor costo y en condiciones estables. Es así como el gasoducto simboliza un movimiento que refuerza la interdependencia de dos potencias que comparten el objetivo de crear un nuevo orden global.
En el campo diplomático, tanto Xi como Putin subrayan la necesidad de un “sistema de gobernanza global más justo y razonable”, haciendo una clara alusión a la crítica al modelo dominado históricamente por Occidente. Bajo esta premisa, la Organización de Cooperación de Shanghái se convierte en un escenario donde Rusia y China buscan proyectar su visión de multipolaridad, sumando a actores regionales como India y, de manera más discreta, Corea del Norte.
Sin embargo, cabe resaltar que esta aproximación también tiene riesgos. Para China, un alineamiento demasiado estrecho con Moscú podría aumentar las presiones de Estados Unidos y la Unión Europea, que ya evalúan sanciones secundarias contra países que contribuyan a financiar el esfuerzo bélico ruso. Para Rusia, la dependencia creciente de un único socio como Pekín podría reducir su margen de negociación a largo plazo, empujándolo a pasar de socio igualitario a un proveedor más.
Mas en el corto plazo, esta alianza refuerza la capacidad de ambos países para resistir la presión occidental de forma tal que la convergencia sino-rusa se perfila como uno de los factores más determinantes y decisivos del sistema internacional durante la próxima década.
02/09/2025
María Angélica Carvajal