El anuncio de un acuerdo comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea, alcanzado tras una breve reunión entre Donald Trump y Ursula von der Leyen, ha generado una ola de reacciones encontradas. Mientras ambas partes lo presentan como un triunfo de la diplomacia y la estabilidad, las críticas se centran en la aparente asimetría del pacto y la posible sumisión europea a las presiones proteccionistas de la administración Trump.
El acuerdo establece un arancel del 15% sobre los productos europeos importados a Estados Unidos, una cifra inferior al 30% inicialmente amenazado por Trump. A cambio, la UE se compromete a una inversión masiva en la economía estadounidense: 750 mil millones de dólares en energía durante tres años y 600 mil millones adicionales en otros sectores, incluyendo la adquisición de armamento. Si bien se levantan aranceles recíprocamente en productos estratégicos como equipos aeronáuticos y ciertos químicos, la magnitud de la inversión europea levanta sospechas sobre la naturaleza del acuerdo.
Mientras Trump celebra el «mayor acuerdo jamás alcanzado», presentándolo como un símbolo de «unidad y amistad», la satisfacción de Von der Leyen se percibe más cautelosa, hablando de «estabilidad y previsibilidad». Este contraste de tonos refleja el desequilibrio de poder que subyace al pacto. La UE, presionada por la necesidad de diversificar sus fuentes de energía y evitar una guerra comercial a gran escala, parece haber cedido a las demandas de una administración estadounidense que ha hecho del proteccionismo una de sus banderas.
Algunos analistas económicos critican la falta de firmeza de la UE, argumentando que el bloque desaprovechó la oportunidad de utilizar su peso económico como herramienta de negociación. La amenaza de aplicar el «bazooka» europeo, un instrumento «anticoerción» que habría implicado restricciones a las empresas estadounidenses, finalmente no se materializó. La presión de Alemania, principalmente preocupada por las consecuencias económicas de una escalada en la tensión comercial, pudo haber influido en la decisión final.
En Francia, la oposición política ha reaccionado con contundencia, denunciando el acuerdo como una «capitulación» ante las presiones de Trump. Desde la extrema derecha hasta la izquierda, las críticas se centran en la asimetría del pacto y la pérdida de soberanía europea en áreas clave como la energía y la defensa. La promesa de inversiones multimillonarias en Estados Unidos se percibe como una concesión excesiva que hipoteca el futuro industrial y económico de la UE.
El acuerdo de Turnberry marca un punto de inflexión en las relaciones transatlánticas. La era del libre comercio parece haber dado paso a un nuevo escenario dominado por el proteccionismo y la coerción económica. La pregunta clave es si este acuerdo sentará un precedente para futuras negociaciones o si la UE será capaz de reafirmar su posición en el tablero global.
Mohamed BAHIA
28/07/2025









