Tras varios intentos de negociación con Estados Unidos como intermediario y una reciente ronda en Turquía, la guerra en Ucrania ha entrado en una nueva fase de tensión en lugar de encaminarse hacia la paz. Pero esta nueva etapa, ya no solo ocurre en el terreno sino también en la mesa diplomática internacional.
Mientras Rusia lanzó este miércoles 9 de julio la mayor ofensiva con drones desde el inicio del conflicto con más de 700 artefactos en una sola noche, el presidente estadounidense Donald Trump ha endurecido su postura contra su homólogo ruso Vladímir Putin, acusándolo públicamente de «lanzar mentiras» sobre sus supuestas intenciones de paz. Esta ruptura discursiva es clave y muestra una vez más la ambigua relación que ambos líderes han cultivado durante años.
La ofensiva rusa, que afectó con especial intensidad el noroeste de Ucrania, activó incluso las alarmas aéreas en Polonia. Aunque Ucrania logró interceptar la mayoría de los drones, el ataque fue visto como un mensaje directo tras la última conversación entre Trump y el presidente ucraniano Volodímir Zelenski. En ese diálogo, que el mismo líder republicano ha calificado como “el más productivo hasta ahora”, se discutieron nuevas entregas de armamento y cooperación en defensa aérea, incluyendo la ansiada transferencia de misiles tipo Patriot.
Trump, que llegó a la Casa Blanca en enero 2025 con la promesa de poner fin a la guerra en Ucrania, ha comenzado a mostrar frustración e impaciencia ante la intransigencia del Kremlin. Según CNN, en una reunión de gabinete, admitió abiertamente sentirse engañado por Putin, a quien antes describía como “una figura razonable” con voluntad de negociar. “Recibimos mucha basura de Putin”, declaró. Esta expresión no solo evidenció un cambio de tono, sino una ruptura personal con la narrativa de diplomacia silenciosa que había mantenido.
Esto ocurre justamente cuando Trump pasa por un momento de fragilidad en su administración, presionada tanto por sus aliados europeos como por sectores del Partido Republicano para que refuerce el apoyo a Kyiv. Ante lo cual, Trump ha anunciado el envío de más armamento defensivo, revirtiendo una pausa reciente impuesta por el Pentágono sin su conocimiento. Esta decisión refuerza su intento de mostrarse firme ante el electorado sin ceder del todo al modelo intervencionista que ha criticado en el pasado.
Por su parte, el Kremlin no ha dado señales de apertura. En declaraciones recientes publicadas por agencias internacionales, el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, reiteró una lista de exigencias inasumibles para Ucrania, incluyendo la cesión total de territorios ocupados, la renuncia a ingresar a la OTAN y la anulación de sanciones internacionales. Este maximalismo ha convencido incluso a Trump de que su anhelado «acuerdo histórico» podría no llegar. En este contexto, varios analistas consideran que la narrativa del Kremlin sobre posibles negociaciones podrían ser sólo un instrumento para ganar tiempo y reorganizar su ofensiva de verano.
No obstante, es evidente el distanciamiento entre Trump y Putin, ya que a pesar del discurso fuerte del líder republicano contra Zelenski, políticamente permitir que Ucrania caiga sin respuesta efectiva sería un golpe fatal a la credibilidad estadounidense. La guerra en Ucrania, representa un reto para Trump, pues no solo arriesga su imagen internacional, sino también su legado político, que desde la campaña electoral lo vinculó explícitamente con su capacidad de lograr la paz donde otros fracasaron.
Es así como a mediados de 2025 vemos un Zelenski resistiendo, un Putin apostando al desgaste y Trump obligado a abandonar su postura ambivalente y al punto de la impaciencia. Este escenario obliga a Estados Unidos a demostrar liderazgo, pero tiene enfrente a una Rusia que no está dispuesta a ceder, y una Ucrania que, a pesar de las discrepancias sigue esperando la mano estadounidense para lograr una paz justa y sostenible.
09/07/2025
María Angélica Carvajal









