La reciente escalada bélica entre Irán, Estados Unidos e Israel ha dejado además de daños materiales en territorio iraní, una fractura visible en el relato oficial que Teherán proyecta hacia dentro y hacia fuera de sus fronteras. Mientras el líder supremo, el ayatolá Ali Khamenei, minimizó el impacto de los bombardeos sobre instalaciones nucleares clave, su propio ministro de Exteriores, Abbas Araghchi, ha admitido públicamente que los daños fueron “excesivos y serios”, alimentando una sensación de desconcierto sobre la verdadera magnitud de lo ocurrido.
Esta disparidad en los mensajes revela una tensión entre el discurso político de resistencia y la realidad técnica que enfrenta el programa nuclear iraní. Khamenei, en una de sus escasas apariciones desde el inicio del conflicto con Israel el 13 de junio, afirmó que los ataques no habían conseguido “nada significativo” y acusó a Washington de exagerar los efectos de las operaciones. Horas después, sin embargo, Araghchi reconocía en una entrevista televisada que los daños estaban siendo evaluados por la Organización de Energía Atómica de Irán y que la situación era suficientemente grave como para suspender indefinidamente cualquier reanudación del diálogo nuclear con Estados Unidos.
El contraste con el discurso estadounidense es igualmente marcado. El presidente Donald Trump aseguró que las fuerzas conjuntas de EE.UU. e Israel habían “aniquilado totalmente” tres sitios nucleares en Fordo, Natanz e Isfahan, y que el programa nuclear iraní había sido “retrasado años”. En una línea similar, el secretario de Defensa, Pete Hegseth, sostuvo que los ataques habían logrado degradar significativamente las capacidades nucleares de Teherán. No obstante, un informe filtrado desde el Pentágono sugiere que el retroceso técnico sería de solo algunos meses, aunque la Casa Blanca lo ha descartado por considerarlo incompleto.
Más allá del debate técnico sobre el alcance de los daños, las declaraciones del ministro iraní abren una nueva fase de incertidumbre estratégica. Araghchi no solo descartó retomar las conversaciones nucleares, mientras que los medios locales estadounidenses sugieren que desde la Casa Blanca se trabaja en esa posibilidad, sino que sugirió que la diplomacia iraní se transformará, sin aclarar su significado.
Igualmente, el Parlamento iraní aprobó un proyecto de ley para cesar toda cooperación con la Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA), lo que implicaría el retiro de inspectores internacionales y cerraría, al menos temporalmente, cualquier ventana de verificación externa.
A esto se suma, el contexto interno iraní, que complica aún más el panorama. Las contradicciones entre el líder supremo y el ministro de Exteriores podrían reflejar tensiones entre los sectores ideológicos más duros y aquellos más pragmáticos dentro del régimen. Además, el elevado número de víctimas civiles, más de 600 según el Ministerio de Salud iraní, y la presión interna tras días de bombardeos israelíes aumentan el riesgo de que el conflicto se prolongue, tanto en el plano militar como en el diplomático.
De esta manera, la gestión de la narrativa oficial dentro de Irán se ha convertido en un campo de batalla paralelo al conflicto armado. Las disonancias entre las voces del poder dificultan la lectura de la posición real del país y amenazan con debilitar su capacidad de negociación frente a una comunidad internacional que observa los movimientos militares y los signos de división interna en la estructura iraní.
27/06/2025









