En un ambiente cargado de tensiones posbélicas, Irán y Estados Unidos se enfrentan ahora en el terreno de la narrativa. Mientras el líder supremo iraní, Alí Jameneí, reapareció tras días de silencio para minimizar los efectos de los ataques estadounidenses y proclamar la victoria de Teherán, funcionarios del gobierno de EE.UU. insisten en que su ofensiva fue un éxito estratégico sin precedentes. Esta pugna discursiva sugiere que la reciente tregua es más un paréntesis que un final.
Jameneí, durante una aparición televisiva, calificó la operación de Washington como “ineficaz”, alegando que “no lograron nada significativo”. A su juicio, la verdadera victoria fue de Irán, que habría asestado “una dura bofetada” tanto a Israel como a Estados Unidos. Sus palabras buscan proyectar resiliencia, pero contrastan con informes internacionales que señalan severos daños en la infraestructura militar y nuclear iraní.
Por su parte, el secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth, respaldado por el propio Donald Trump, aseguró que los bombardeos, especialmente en Fordo, representaron un “éxito histórico” y habrían hecho retroceder el programa nuclear iraní varios años. El uso de armamento de última generación, incluyendo bombas perforadoras GBU-57, fue presentado como evidencia de la precisión y contundencia del ataque. Sin embargo, las autoridades estadounidenses no han podido verificar «en sitio» los daños exactos, ni localizar los 408 kilogramos de uranio altamente enriquecido desaparecidos tras la operación.
Este cruce de declaraciones configura ahora una guerra informativa en la que ambos bandos intentan moldear la percepción pública y regional de los hechos. Para Teherán, mantener la imagen de fortaleza es crucial ante una ciudadanía que lidia con los estragos de la guerra, la inflación desbordada y décadas de sanciones. Para Washington, reafirmar la efectividad de su ofensiva es clave en el marco de su estrategia de disuasión frente a actores regionales.
Geopolíticamente, la ambigüedad sobre el impacto real de los ataques alimenta la incertidumbre entre tanto, Israel, actor clave en este conflicto, ha mantenido una posición firme y, según su primer ministro Benjamín Netanyahu, seguirá colaborando con Trump para “derrotar a los enemigos comunes”. Esta declaración refuerza la percepción de que el conflicto no ha cerrado un ciclo, sino que ha abierto otro de mayor complejidad.
En el plano interno, Jameneí enfrenta presiones crecientes. La guerra ha expuesto grietas dentro del régimen iraní, donde incluso sectores del clero en Qom habrían sugerido discretamente la necesidad de un cambio de liderazgo. Aunque la oposición interna carece de cohesión o capacidad de articulación, el malestar social podría convertirse en un factor desestabilizador si el régimen no logra capitalizar políticamente la tregua.
Desde el punto de vista geoeconómico, las consecuencias de la guerra agravan una economía ya debilitada por décadas de sanciones. El costo de la reconstrucción, la incertidumbre sobre el futuro del programa nuclear, y la posible imposición de nuevas medidas coercitivas, hacen prever un escenario económico aún más restrictivo. Todo ello, en un contexto donde la legitimidad del régimen parece depender más de la narrativa que de los resultados tangibles.
Es así como el actual vaivén de versiones no se puede percibir como un simple ejercicio de propaganda sino que simboliza una extensión del campo de batalla donde se define el relato de la guerra, la proyección de poder, y la viabilidad de una paz duradera. Y mientras ninguna de las partes baja la cabeza ni reconoce las pérdidas, la posibilidad de una reanudación del conflicto permanece latente.
26/06/2025
María Angélica Carvajal









