La región mediterránea enfrenta un inicio de verano marcado por temperaturas excepcionalmente altas, que se manifiestan de forma anticipada y con una intensidad inusual. En Marruecos, entre el 16 y el 18 de junio, se esperan máximas de hasta 45 °C en zonas como Marrakech y Zagora, mientras ciudades como Fez o Salé superarán los 40 °C, según las previsiones de la Dirección General de Meteorología de Marruecos (DGM).
Este patrón de calor precoz y extremo también se reproduce en España, donde ya se han registrado 40 °C a finales de mayo, antes del inicio oficial del verano. Según la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), se anticipa un trimestre estival significativamente más cálido de lo normal, especialmente en la vertiente mediterránea, Baleares y Canarias.
Aunque el verano astronómico comienza oficialmente en ambos países el 21 de junio, coincidiendo con el solsticio, los servicios meteorológicos como la AEMET utilizan el concepto de “verano meteorológico”, que abarca desde el 1 de junio hasta el 31 de agosto, para facilitar el análisis de tendencias climáticas. El hecho de que se hayan registrado ya temperaturas extremas antes incluso del 1 de junio indica no solo un adelantamiento del calor, sino una prolongación efectiva de la temporada cálida, que comienza antes y termina más tarde que en décadas pasadas.
La convergencia de estos fenómenos evidencia una tendencia climática sostenida: el adelanto de las olas de calor. Estudios muestran que los veranos en España son ahora cinco semanas más largos que a mediados del siglo XX, y la primera ola de calor del año se presenta cada vez más temprano. En el Mediterráneo occidental, la temperatura superficial del mar ya supera en 4 °C los valores normales para la época, reduciendo la eficacia de las brisas marinas que tradicionalmente refrescan las zonas costeras. Esto explica, en parte, la aparición de noches tropicales en mayo y la sensación de calor persistente en áreas densamente pobladas.
Los impactos sobre el medio ambiente y la actividad humana son crecientes. En Marruecos, por ejemplo, la combinación de calor y escasez de lluvias está acelerando el agotamiento de los suelos y de los acuíferos. Los cultivos se marchitan antes de tiempo y las cosechas disminuyen, afectando la seguridad alimentaria y encareciendo productos básicos. Al mismo tiempo, las redes hídricas y energéticas, especialmente en zonas rurales, están bajo presión por el aumento de la demanda y la fragilidad de sus infraestructuras. España experimenta retos similares, con un estrés térmico creciente en las ciudades y un consumo eléctrico disparado por el uso intensivo de climatización.
Además, la respuesta institucional sigue siendo desigual en ambos países. Mientras algunos municipios han implementado medidas locales, como puntos de hidratación, sombras urbanas o campañas de sensibilización, muchas zonas aún carecen de mecanismos eficaces de alerta y protección. Es así como a medida que el calentamiento global transforma el verano mediterráneo en una estación más larga, calurosa e impredecible, se vuelve urgente repensar las políticas públicas.
Medidas como adaptar el urbanismo, reforzar la gestión del agua, ampliar las áreas verdes y consolidar sistemas de alerta temprana se convierten en transformaciones e inversiones necesarias para que el calor deje de ser un factor de crisis social y ambiental recurrente en la región, especialmente entre las poblaciones vulnerables, como niños, ancianos y trabajadores al aire libre.
16/06/2025









