Khalid Fathi
Lo que acontece hoy en Rabat va mucho más allá de una actividad diplomática ordinaria: se trata de un fenómeno político de gran calado que algunos círculos ya describen como una auténtica «peregrinación diplomática» hacia la capital marroquí. Delegaciones ministeriales y diplomáticas de alto nivel acuden una tras otra, en una dinámica que confirma que la cuestión del Sáhara marroquí ha dejado de ser un asunto meramente regional para convertirse en eje central de la política internacional, imponiéndose en cada debate geopolítico relevante.
Detrás de esta proyección destacada se halla una visión estratégica meticulosamente diseñada y dirigida por Su Majestad el Rey Mohammed VI. Gracias a esta hoja de ruta, el expediente del Sáhara ha salido de su estancamiento crónico y se ha reorientado hacia la única solución realista y viable: la autonomía bajo soberanía marroquí.
Este impulso no es fruto del azar, sino el resultado legítimo de una diplomacia marroquí serena y eficaz, que hoy recoge los frutos de una convicción internacional creciente en torno a la legitimidad de la posición de Marruecos.
Desde que Rabat presentó en 2007 su audaz iniciativa de autonomía, el Reino ha perseverado con realismo político y paciencia estratégica para consolidarla como único marco posible de resolución del conflicto. Hitos fundamentales jalonaron este proceso: el regreso calculado a la Unión Africana en 2017, el reconocimiento estadounidense de la soberanía marroquí sobre el Sáhara en 2020, y la afirmación tajante por parte de Su Majestad Rey Mohammed VI en sus últimos discursos de que la postura de los Estados respecto al Sáhara constituye hoy el verdadero baremo de la sinceridad de sus vínculos con el Reino.
Las posiciones internacionales han alcanzado un punto de inflexión decisivo, avanzando con rapidez hacia un respaldo claro y público a la iniciativa de autonomía. Pero lo que llama especialmente la atención en las recientes visitas diplomáticas no es sólo la cantidad de países que han acudido a Rabat para manifestar su apoyo, sino también el ritmo y el perfil de estas visitas.
Este fenómeno puede describirse como un auténtico “efecto dominó”: el respaldo de una potencia clave desencadena, casi inevitablemente, movimientos similares en otras capitales, que interpretan esa primera señal como indicio claro de un cambio de paradigma global. En este nuevo contexto, el coste político de mantener posturas favorables al separatismo ha aumentado considerablemente.
Desde Estados Unidos hasta Alemania, pasando por Kenia, Egipto, Siria o El Salvador, los apoyos al planteamiento marroquí se suceden, reflejo de una convicción cada vez más extendida: la autonomía bajo soberanía marroquí representa el único marco serio y realista para cerrar un conflicto artificial que ya no convence a nadie.
Así se ha consolidado la secuencia de respaldos a Marruecos, mientras se estrechan las salidas para las partes contrarias. En realidad, sólo una parte queda verdaderamente aislada: la Argelia oficial, principal patrocinadora del separatismo, que se enfrenta ahora a un cerco diplomático asfixiante.
Sus tesis han perdido toda credibilidad: expuestas como insostenibles, huecas y ancladas en un discurso obsoleto, ya no convencen ni siquiera a sus aliados tradicionales. Cada vez más países, que antes seguían su línea, están revisando sus posiciones, impulsados por los cambios políticos regionales, la presión de la opinión pública y, sobre todo, por la habilidad de la diplomacia marroquí, que responde al estruendo argelino con inteligencia y eficacia silenciosa.
Mientras Argelia se aísla, Rabat capitaliza apoyos y refuerza, paso a paso, los logros construidos a lo largo de las dos últimas décadas. La diplomacia marroquí ha demostrado una resistencia de fondo encomiable, evitando la confrontación y las reacciones impulsivas. En su lugar, ha trabajado bajo una visión de conjunto, impulsada por Su Majestad el Rey, que articula los recursos políticos, económicos, culturales y espirituales del Reino, incluidos el liderazgo religioso de la institución de la Comandancia de los Creyentes como herramientas complementarias para consolidar la posición nacional.
Marruecos ha apostado por la paciencia, la acumulación serena de logros y el trabajo constante sobre el terreno. Esa apuesta da hoy sus frutos: el discurso separatista ha quedado reducido a un eco marginal, sostenido por un solo Estado, incapaz siquiera de promoverlo en su propio entorno continental.
Pero la posición geopolítica del Reino ya no se limita a la cuestión del Sáhara. Marruecos se ha consolidado como socio fiable en ámbitos clave como la seguridad, la migración, la energía o el cambio climático, proyectándose como un actor estratégico con una oferta de cooperación basada en el principio de beneficio mutuo. De hecho, quienes respaldan el plan de autonomía lo hacen también porque reconocen en el Reino un aliado ascendente en un orden mundial en plena reconfiguración.
Lo que vivimos hoy no es sólo una nueva fase en el conflicto del Sáhara, sino una auténtica hora de la verdad: aquella que revela quién está del lado de la legitimidad y quién persiste en una quimera.
Se trata de un momento histórico sin precedentes, en el que la «peregrinación diplomática» a Rabat se convierte en prueba tangible del éxito de una visión política marroquí que, tras años de maduración, empieza a traducirse en resultados concretos.
La solución nunca estuvo tan cerca. La cuestión ya no es si se resolverá el conflicto, sino cuándo ocurrirá, y cómo gestionará Rabat la etapa posterior al reconocimiento internacional de su plan de autonomía.
13/06/2025









