La madrugada del 13 de junio de 2025 quedará grabada como el día en que Oriente Medio cruzó un umbral irreversible. Mientras Teherán dormía, oleadas de cazas israelíes descargaron su furia sobre doce instalaciones estratégicas iraníes, transformando silos nucleares y cuarteles militares en antorchas humeantes. En cuestión de horas, el general Hossein Salami, comandante supremo de la Guardia Revolucionaria, y el jefe del Estado Mayor, Mohammad Bagheri, yacían muertos entre los escombros de su cuartel general en la calle Pirouzi. El ataque coordinado —el más audaz lanzado por Israel contra suelo iraní— no solo buscaba paralizar el programa nuclear: pretendía decapitar al régimen.
La ofensiva relámpago
Bombas israelíes rasgaron la noche en Natanz, donde el complejo subterráneo de enriquecimiento de uranio —corazón del proyecto atómico iraní— recibió impactos directos confirmados por el OIEA. Simultáneamente, drones y misiles alcanzaron centros de mando en Isfahán y depósitos de misiles cerca de Kerman. Mientras las defensas antiaéreas iraníes se activaban en vano, un edificio residencial en Teherán colapsaba, dejando 50 civiles heridos, incluidos mujeres y niños según la televisión estatal.
La respuesta de Benyamin Netanyahu fue un mensaje grabado: «Hemos golpeado el cerebro y el corazón de la bestia: sus científicos nucleares, sus centrifugadoras y sus verdugos». Horas después, el portavoz militar israelí confirmaba que los radares detectaban «un centenar de drones iraníes» cruzando hacia Israel mientras las sirenas de alarma resonaban en Tel Aviv.
El precio geopolítico
El ataque desató un terremoto diplomático:
• Arabia Saudí condenó la «agresión flagrante contra un país hermano»,
• Jordania selló su espacio aéreo,
• Keir Starmer (Reino Unido) exigió «retorno urgente a la diplomacia».
En Washington, el secretario de Estado Marco Rubio negó cualquier participación estadounidense pero advirtió a Irán: «Cualquier ataque a intereses de EE.UU. será respondido con fuerza». Una postura desmentida horas después por Donald Trump, quien admitió a Fox News haber sido alertado del operativo.
Los mercados reaccionaron con pánico: el barril de Brent se disparó un 10.15% (76.40 USD), presagiando una crisis energética global si el Estrecho de Ormuz se convierte en campo de batalla.
La trampa de la venganza
Teherán juró retaliación. Las pantallas estatales mostraron a soldados iraníes jurando sobre el féretro de Salami: «La sangre de nuestros mártires ahogará a Tel Aviv». Pero la advertencia del jefe del Estado Mayor israelí, general Eyal Zamir, resonó como un presagio lúgubre: «No prometo éxito absoluto. El costo en vidas será distinto a todo lo conocido».
Irán enfrenta un dilema existencial: responder con misiles desde su territorio —arriesgando una guerra total— o canalizar la venganza a través de Hezbolá en Líbano y los Houthis en Yemen, lo que extendería el conflicto pero le daría cobertura plausible. Mientras tanto, el cierre de los espacios aéreos de Irán, Israel y Jordania paralizó el tráfico aéreo regional, aislando aún más a una zona en llamas.
El umbral nuclear cruzado
El verdadero detonante de la operación emerge en comunicaciones militares israelíes filtradas a medios occidentales: inteligencia indicaba que Irán había acelerado la producción de uranio al 90% —grado militar— en instalaciones ocultas de Qom, acercándose al «punto de no retorno» en plenas conversaciones con EE.UU. en Omán.
Para Netanyahu, esta era la ventana final: «O actuábamos hoy, o enfrentábamos un holocausto mañana», declaró a su gabinete según fuentes del Mossad. La eliminación de Bagheri —arquitecto del programa misilístico— y Salami —cerebro de las milicias proxy— no fue casualidad: fue un intento de descabezar la capacidad de represalia coordinada.
El primer disparo de la Tercera Guerra
Esta no es una escaramuza más. Es el inicio de un nuevo capítulo bélico donde las reglas tácitas —ataques por procuración, guerras en territorio ajeno— han saltado por los aires. Al bombardear suelo iraní y asesinar a sus líderes castrenses, Israel ha desatado un demonio que ni sus propios generales creen poder controlar.
Mientras la ONU clama por contención, las sombras de la guerra total se ciernen sobre un Oriente Medio que ha entrado, sin retorno, en su hora más oscura desde 1973. La pregunta ahora no es si habrá represalia, sino cuándo y cuántas capitales arderán cuando llegue.
Mohamed BAHIA
13/06/2025









