Desde su retorno a la presidencia de Estados Unidos en enero de 2025, Donald Trump ha convertido la política arancelaria en un terreno inestable y cambiante. En cuestión de meses, ha anunciado aranceles masivos, los ha suspendido por supuestas negociaciones, ha reiniciado las medidas con nuevas cifras, y ha enfrentado decisiones judiciales que frenan o reactivan su aplicación. El resultado es un ciclo constante de anuncios, suspensiones y apelaciones que generan una incertidumbre estructural tanto en los mercados financieros como en los socios comerciales del país norteamericano.
Mientras la Casa Blanca insiste en imponer su visión proteccionista, el sistema judicial intenta poner límites legales, dejando al comercio global atrapado en una pugna de poder sin resolución clara y donde la inestabilidad se ha convertido en el único patrón reconocible.
El eje de esta turbulencia gira en torno a la Ley de Poderes Económicos en Emergencias Internacionales (IEEPA, por sus siglas en inglés), invocada por Trump para imponer lo que denomina “aranceles recíprocos”. Basándose en una supuesta amenaza a la seguridad nacional y al comercio justo, el presidente ha intentado extender el alcance de esta ley más allá de sus límites tradicionales. Sin embargo, los tribunales han empezado a cuestionar la legalidad de su uso expansivo.
El Tribunal de Comercio Internacional anuló la mayoría de los gravámenes impuestos el pasado abril, pero la posterior suspensión de esta sentencia por una corte de apelaciones ha dejado la puerta abierta a su aplicación temporal, generando un limbo jurídico sin precedentes.
En paralelo, Trump ha activado otros mecanismos legales como la Sección 232 de la Ley de Expansión Comercial, con la que ha justificado aranceles sobre productos específicos como el acero, el aluminio y los automóviles, alegando riesgos a la seguridad nacional. Aun cuando los desafíos legales a estos instrumentos son más complejos, la naturaleza superpuesta y cambiante de las medidas ha sembrado confusión entre socios comerciales y empresas importadoras, que deben reajustar sus planes con cada nuevo giro de la política arancelaria estadounidense.
La reacción de los mercados ha sido reflejo de esta incertidumbre. En cada anuncio de aranceles, los índices bursátiles reaccionan con caídas abruptas. Luego, ante posibles negociaciones o suspensiones, se recuperan parcialmente, solo para volver a desplomarse ante nuevas escaladas o litigios. Esta volatilidad, impulsada desde Washington, ha puesto a inversores y gobiernos en todo el mundo en posición defensiva. Ningún país aliado o rival se siente exento de una posible medida repentina, lo que socava los intentos de previsión económica y debilita los canales de diálogo comercial global.
El modelo Trump visto como una acrobacia tarifaria, donde cada acto parece diseñado para el impacto inmediato más que para una estrategia sostenida, ha instalado una lógica de confrontación permanente. La apelación a una política comercial de fuerza sin estabilidad jurídica no solo desacelera la economía estadounidense, que ya muestra signos de fatiga, sino que obliga a otras naciones a diseñar respuestas anticipatorias ante lo inesperado. Europa, China y países de América Latina han comenzado a reestructurar sus cadenas de suministro, incrementando la fragmentación del comercio global y buscando socios en otras latitudes.
Pero más allá del debate sobre la legalidad o efectividad de los aranceles, lo que queda en evidencia es un sistema institucional estadounidense cada vez más tensionado. La Casa Blanca y el poder judicial han entrado en una dinámica de confrontación que deja a la política económica en una cuerda floja. Entre que se espera un fallo definitivo sobre la legalidad de los aranceles amparados en la IEEPA, Trump continúa con apelaciones, amenazas de nuevas tarifas y discursos nacionalistas que presionan aún más la legitimidad del sistema.
Es así como en última instancia, el escenario internacional se enfrenta a un Estados Unidos más impredecible, donde las decisiones clave pueden cambiar de un día para otro, no por evolución estratégica, sino por litigios judiciales o impulsos presidenciales. Ante ello, gobiernos y empresas se ven obligados a rediseñar sus relaciones económicas con Washington no bajo la lógica del beneficio mutuo, sino del riesgo controlado, pues en la era Trump II, la única certeza comercial parece ser la incertidumbre.
11/06/2025
María Angélica Carvajal









