La nueva arquitectura de distribución de ayuda humanitaria en Gaza, gestionada por la Fundación Humanitaria para Gaza (GHF), una entidad de reciente creación apoyada por Israel y Estados Unidos, ha demostrado ser ineficaz, desigual y profundamente deshumanizante. Lejos de aliviar la crisis humanitaria, el modelo ha desencadenado escenas de caos y desesperación, agravando la sensación de abandono entre una población que, cada día, se acerca más a la hambruna generalizada.
En los márgenes de la ciudad de Jan Yunes, en el sur de la Franja, miles de personas desplazadas esperan bajo un sol abrasador, atrapadas entre barreras militares y francotiradores, para obtener una caja de víveres que, en el mejor de los casos, alcanza para unos pocos días. El relato de Hani Shaath, uno de los desplazados en al-Mawasi, refleja el dramatismo de una escena que se repite con creciente frecuencia: “Había tanques, se cerraban las rutas, la gente se detenía y luego avanzaba con miedo. Un hombre cruzó un metro más de lo permitido y le dispararon”.
Los testimonios recogidos revelan no solo el riesgo físico extremo que implica acceder a esta ayuda, sino también la precariedad de su contenido. Harina, aceite, un poco de sal, habas, pasta y, si hay suerte, algo de halaweh. Para familias de cinco miembros, los paquetes distribuidos no alcanzan ni siquiera para una semana, como describe Tamer al-Shaer, otro desplazado que logró regresar con uno de esos lotes.
Pero más allá de la escasez, lo que genera mayor indignación entre los gazatíes es la percepción de una administración humillante y caótica. Wassim Lahm, también presente en una de las últimas entregas, denuncia no solo las condiciones infrahumanas del proceso, sino también la especulación que se ha desatado en torno a estos productos: “Hay quienes se llevan hasta 20 cajas para revenderlas. Esto ha encarecido los alimentos aún más. Antes, con las ONG, era mucho mejor. Ahora es jugarse la vida por una bolsa de harina”.
La escena es alarmante: desplazados caminando kilómetros, cadáveres en la carretera, ráfagas de disparos en segundo plano. El miércoles, una multitud irrumpió en un almacén del Programa Mundial de Alimentos (PMA) y arrasó con todo lo que encontró, desde sacos de comida hasta tablas de madera. El martes anterior, al menos 50 personas resultaron heridas en otra caótica entrega organizada por la GHF.
Lo que originalmente fue presentado como un modelo alternativo y más seguro de distribución humanitaria, controlado por Israel con respaldo estadounidense, ha resultado ser un mecanismo de exclusión y control, con escasa eficiencia logística y sin el respaldo ni la experiencia de actores humanitarios reconocidos.
A medida que la crisis humanitaria se agudiza, los gazatíes se ven forzados a comparar lo que queda de la ayuda internacional con lo que alguna vez ofrecieron las ONG. “Era mucho mejor con las ONG”, repiten, con nostalgia y resignación, mientras caminan entre el polvo, la metralla y el hambre. La ayuda que llega ya no solo es insuficiente; ha pasado a ser una nueva fuente de sufrimiento.
Abdelhalim ELAMRAOUI
30/05/2025









