En una muestra más de su política de confrontación con sus vecinos y antiguos aliados, Argelia ha desatado esta semana una nueva campaña mediática contra Emiratos Árabes Unidos, centrando los ataques en el embajador Yusuf Saeed Khamees, a quien acusa de “provocar inestabilidad” en la región del Sahel. La ofensiva, encabezada por medios cercanos al poder como El Khabar y Ennahar TV, parece menos una reacción espontánea y más una operación cuidadosamente orquestada para reafirmar una narrativa que victimiza a Argelia mientras esta pierde paulatinamente influencia en su entorno regional.
Desde hace años, Argelia ha deteriorado sus relaciones con países clave en su vecindad inmediata: Marruecos, con quien rompió lazos diplomáticos en 2021; Mali, tras el colapso del Acuerdo de Paz de Argel; y más recientemente Níger y Burkina Faso, alineados con Bamako tras el derribo de un dron maliense por parte del ejército argelino. En todos estos frentes, el patrón ha sido similar: acusaciones unilaterales, rupturas abruptas y una lectura de los hechos centrada en un supuesto complot externo contra la estabilidad argelina.
Ahora, el blanco de estas sospechas es Emiratos Árabes Unidos. La reciente visita de un alto delegado emiratí a Mali y Níger –encabezada por el ministro de Estado Shakhbut bin Nahyan Al Nahyan– ha sido recibida en Argel con una mezcla de recelo y alarma. Aunque desde Bamako y Niamey se ha subrayado el carácter constructivo de estas alianzas, en Argel se interpretan como amenazas geopolíticas que deben ser neutralizadas mediáticamente.
El foco de la campaña argelina ha sido el embajador Khamees, un diplomático con formación militar, a quien se acusa no solo de injerencia, sino de encabezar una operación encubierta para desestabilizar Argelia. Curiosamente, las críticas no parten de la Cancillería, sino de medios oficiosos que citan fuentes anónimas y especulan sobre sus “verdaderos objetivos”. La construcción del enemigo interno-externo vuelve así a ocupar un lugar central en el discurso argelino, en un intento por desviar la atención de las propias contradicciones de su política exterior.
El discurso dominante en Argel busca consolidar la idea de que el país está rodeado de complots: desde la supuesta financiación emiratí a campañas de desinformación –valoradas en 15 millones de euros según la radio estatal– hasta acusaciones de que Emiratos actúa en connivencia con Israel y Marruecos para debilitar a Argelia en África. Sin embargo, esa narrativa omite que ha sido el propio Estado argelino el que ha roto vínculos, ha cerrado fronteras, ha retirado embajadores y ha respaldado movimientos opositores a gobiernos vecinos bajo el paraguas del idealismo revolucionario o el respeto a principios soberanos selectivos.
En el caso del Sahel, Argelia ha perdido protagonismo a raíz de su rechazo a reconocer la legitimidad de los regímenes de transición surgidos tras los golpes de Estado. Su apuesta por la presión diplomática no solo no ha dado frutos, sino que ha facilitado el ingreso de nuevos actores, como Emiratos, Turquía o incluso Rusia, en espacios donde Argel tradicionalmente ejercía influencia.
El hecho de que las críticas más duras a Emiratos no provengan de los gobiernos del Sahel –que han recibido con agrado el apoyo económico y de seguridad de Abu Dabi– sino de la prensa argelina, deja entrever una pugna más profunda: Argelia lucha por preservar un papel central en la arquitectura regional africana que cada vez se le escapa más entre las manos. Las advertencias del político argelino Abdelkader Bengrina sobre la presencia de una “potencia funcional del Golfo” detrás de las divisiones en la región no hacen sino reforzar esta narrativa, aunque sin aportar pruebas concretas.
En última instancia, lo que está en juego no es solo la reputación de un embajador, sino la legitimidad de un modelo diplomático. Mientras Argelia insiste en denunciar las supuestas conspiraciones ajenas, su política exterior sigue quedando atrapada en una lógica de sospechas, exclusión y aislamiento. La campaña contra Emiratos puede encontrar eco en ciertos sectores, pero difícilmente revertirá la creciente pérdida de peso de Argelia en un Sahel donde otros actores avanzan con pragmatismo, mientras Argel se aferra a una retórica cada vez más vacía.
Abdelhalim ELAMRAOUI
29/05/2025









